Los principales partidos catalanes han puesto manos a la obra de una nueva ley electoral, con la que pretenden frenar las consecuencias de los casos de corrupción recientemente denunciados. Con independencia de que el propósito sea más bien etéreo (ya veremos en qué quedan tan nobles intenciones), ¿estamos seguros de que la indignación ciudadana puede reconducirse con un cambio de cromos electorales?
Un par de cosas están clarísimas. La primera, que la actual fórmula electoral no responde a las demandas o necesidades de los electores y que los cambios deberían operarse por convicción, no por miedo de los partidos a perder votos. La segunda, que la corrupción, como es obvio, no va a acabarse porque cambiemos la forma de repartir escaños: la veracidad de este último aserto quedará de manifiesto el día en que sea detenido por primera vez un alcalde, diputado o alto cargo en general, elegido de acuerdo con el nuevo sistema.
Los partidos políticos tienen una patata caliente entre las manos. Les quema, pero no saben como quitársela de encima. Por eso, se dedican a los inventos. Creen que un paseo por el pasillo del Parlamento, preparado exclusivamente para las cámaras, soluciona el problema, o al menos da la impresión de que se está haciendo algo. Creen también en ideas tan luminosas como incrementar el poder de la oposición. Suena muy bien, pero ¿qué significado real tiene tal cosa? ¿Nadie se acuerda del significado etimológico del término democracia?
No nos engañenos en una cosa. Las democracias anglosajonas, las primeras de la edad contemporánea, nacieron precisamente para controlar el poder del Gobierno. Basta con leer dos o tres libros de historia. El parlamentarismo británico o la Constitución americana ni siquiera hablaban de poder elegir al Gobierno. Hablaban de poder cambiarlo. No es exactamente lo mismo y la diferencia se explica, sin duda, por el contexto histórico.
Pero la democracia sigue siendo un sistema que se basa en las mayorías. El respeto a las minorías, también consustancial al sistema, no significa que haya que pervertir su esencia. Además, dudamos mucho de que ningún partido en posición de gobernar vaya a abrir la mano voluntariamente. Por ello, no resulta difícil concluir que estamos ante un mero brindis al sol.
Otra cosa es que en el ámbito electoral no quepa hacer alguna reforma que ayude a atajar la corrupción o, al menos, a limitar las tentaciones. En otra ocasión apuntamos un par de ideas que, pese al tiempo transcurrido, seguimos teniendo muy presentes. Hay dos formas de recuperar cierta ilusión en los electores que, a la vez, algo pueden ayudar en relación a la corrupción.
La primera es que hay que asegurar que gobierne quien gane las elecciones. No solo porque los pactos de perdedores hagan pensar a los electores que su voto no sirve para nada. Es que, en no pocas ocasiones, la exhuberancia de ciertos pactos oculta (si lo hace) intereses bastante oscuros. Existen soluciones para el caso de que los ciudadanos no se pronuncien con la rontudidad que este planteamiento necesita, porque otros países han pasado antes por cosas parecidas y han encontrado un camino bastante eficaz: se le llama, lisa y llanamente, segunda vuelta.
También hay que reformular las mociones de censura. No porque no sean un mecanismo necesario de corrección (sobre todo en el mundo local, donde no existe el adelanto electoral), sino porque su fin es pervertido con más frecuencia de la deseable. No es fácil proponer que una moción de censura requiera una mayoría calificada. Y lo es por el mismo principio de antes, de que la minoría no puede imponerse a la mayoría: los consensos amplios son deseables, pero las minorías de bloqueo no tanto. En todo caso, nos negamos a dejar de pensar en ello porque sea difícil de cuadrar.
Y lo segundo que cabe hacer es limitar los mandatos. También hay experiencia de ello, y positiva por cierto. Lo es asimismo para atajar la corrupción. El deseo de seguir viviendo del cuento, o alternativamente el de evitar que otro levante las alfombras, explica lo dilatadas que son algunas carreras políticas.
Conste que hemos dicho algunas. Pero también afirmamos que se necesitan medidas urgentes, claras y contundentes para que esa sospecha no se generalice. Hay cierto populismo peligrosos que acecha en el horizonte esperando cobrarse el fruto de tantos errores.
1 comentari:
Un paso seria dejar/animar que els diputados hagan el trabajo para lso votantes y no para el partido - quiero decir, que en votacions i/o debates, que tenguen libertad y que no estan obligats a seguir la linea del partido. Esto pasa a Inglaterra, aunque cada vez menos ya que als partidos no els interesa, pero si que han habido bastantes votaciones "rebeldes" en alguns momemtos de la historia. Creo que da un poco mas de confianza en que estan escuchando a sus votantes y no a sus "jefes".
Tambien que dimiten cuando toca dimitir, no puede ser que passi el que passi, y continuen al mismo sitio.
Ya ves, he dado el ejemplo de Inglaterra porque la conozco pero tambien alli nadie se fia de la "clase" politica y el escandulo dels "gastos" ha sido de las grandes!
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