dijous, de novembre 25, 2010

Patriotismo al 4,75% (y 2)

Sería enormemente injusto decir que el gobierno de Catalunya es un manirroto porque necesita liquidez. Este problema se debe en gran medida a que su financiación no puede ser más insuficiente. Esa es la auténtica injusticia de base, a partir de la cual pueden aparecer soluciones incluso poco ortodoxas, o mejor dicho, poco habituales, como una emisión de bonos para inversores particulares.

Una anécdota de la campaña electoral (campaña que tiene mucho que ver con la controversia que los mal llamados bonos patrióticos han suscitado) ilustra a la perfección lo que ocurre en realidad. En el debate electoral de TV3, la candidata del PP, Alicia Sánchez-Camacho, acusó al tripartito de dejar endeudado en 5.000 euros a cada ciudadano. Le respondió, de forma bastante inapelable, el candidato de ERC, Joan Puigcerós: esos 5.000 euros por cabeza corresponden precisamente al déficit fiscal que acumula Catalunya.

Cabría añadir que el endeudamiento de 5.000 euros por cabeza se pagará una sola vez, aunque sea a plazos, mientras que el desfase de financiación se produce ejercicio tras ejercicio.

Naturalmente, a Catalunya, como región "rica", le corresponde una obligación solidaria, al menos mientras continúe formando parte de España. Eso quiere decir que una parte de los 22.000 millones de euros de déficit fiscal no regresará nunca, a no ser que, por haberse declarado la independencia, ya no se envíe nada a nadie. Pero una vez dicho esto, debemos plantearnos si la solidaridad es un cheque en blanco o si cabe ejercerla de otra manera.

El modelo alemán de solidaridad fiscal, que consagraba el Estatut, era una excelente solución. Según dicho modelo, una comunidad no puede perder puestos en el ránquing de renta una vez ejercida la solidaridad. Si se quiere, es una forma elegante de decir que las regiones desfavorecidas tienen derecho a recibir ayuda, pero que deberían ir pensando en espabilar un poco. Como mínimo, en usar la solidaridad que reciben para no tener que necesitarla, o necesitar menos, en un plazo razonable. Es una forma también de recompensar el esfuerzo que hacen quienes más pagan. Al menos, de no penalizar su capacidad de crear riqueza y, por tanto, de generar ingresos fiscales. Pero como la mayor parte de las buenas ideas del Estatut, ésta ha acabado como todas las demás.

Es más, existe un discurso demagógico sobre el derroche de las comunidades autónomas, sobre el que resulta necesario hacer algún comentario añadido. Que el modelo de Estado adoptado en 1978 incluye duplicidades e incongruencias no siempre deseables, es una obviedad. Pero se trata de una obviedad consustancial al modelo.

No se trata únicamente de una cuestión política. Es decir, de cómo se organizó territorialmente España tras el franquismo, o de cómo se intentó dar salida a las aspiraciones de autogobierno de las comunidades históricas o naciones (el apelativo depende de cada cual). Se trata también de una cuestión económica, claro está. Puede que el sistema sea algo más caro, pero más caras, por ineficientes, son las dictaduras, si vamos a echar cuentas.

Además, la idea de que un Estado fuertemente centralizado es más barato no siempres se sustenta. Hay ejemplos históricos abundantes sin salir de la península ibérica. La España de Felipe II quebró cuatro veces en apenas 25 años. Aunque el centralismo español se acentuó en siglos posteriores, nadie se creería que el monarca de Lepanto y El Escorial era un peligroso nacionalista periférico, por llamarlo de alguna forma.

Un último inciso. A nadie debería extrañarle el auge del independentismo de los últimos tiempos. Como escribimos en ocasiones anteriores, se trata de un patriotismo de cartera más que de sentimientos. Podemos decir que un creciente número de catalanes piensan que dentro de España no existe encaje satisfactorio alguno. Pero como también dijo Puigcercós, equivocándose mucho en la forma al hablar de Andalucía, nadie puede replicarle con los números en la mano.

Y sobre esos bonos tan maléficos según algunos, el mercado ha hablado con suficiente claridad, con una demanda que ha duplicado generosamente la oferta. Si no se puede confiar en las finanzas de la Generalitat, no lo parece, la verdad.

dimecres, de novembre 24, 2010

Patriotismo al 4,75%

La emisión de bonos de la Generalitat de Catalunya ha cumplido con creces las expectativas. La suscripción ha duplicado sobradamente la emisión y ha hecho ampliarla hasta en dos ocasiones. Pero estaríamos muy equivocados si creyéramos que se trata de patriotismo, a no ser que fuera el de cartera.

La rentabilidad es un argumento irrebatible para explicar el éxito de los mal llamados bonos patrióticos. El 4,75% es un excelente interés para los tiempos que corren. Y por lo que respecta a la confianza que puede depositarse en la emisión, no debería olvidarse que se trata de deuda pública. Por muy entrampado que pueda estar un Gobierno, dejará de prestar servicios, e incluso de pagar nómimas, antes que desatender sus compromisos financieros. Basta con ver cómo Zapatero se ha jugado las próximas elecciones con las impopulares medidas del "recortazo", al anteponer las exigencias internacionales para salvar a la economía española en caso de llegar a lo peor.

Hay quien duda de la solvencia de la Generalitat. Sin embargo, nos equivocaríamos si olvidáramos que parte de dichas dudas tienen su origen en el proceso electoral en que se encuentra inmersa Catalunya. Ello no quita el sonrojo que produce escuchar críticas a esta fórmula de financiación de quien recurrió a ella con total liberalidad en el pasado.

Pero esa coincidencia electoral nos obliga a preguntar el porqué. ¿Precisamente ahora? Si el actual gobierno catalán quisiera liquidez para echar el resto en vísperas electorales, se supone que habría acudido al mercado meses atrás. No, la explicación es mucho más sencilla, aunque pueda no resultar tranquilizadora: la Generalitat necesita tesorería para pagar las nóminas de aquí a fin de año.

¿Por qué creen que el plazo entre la suscripción y el desembolso ha sido tan corto? Pues lisa y llanamente porque el líquido obtenido tiene que estar disponible para pagar la nómina de noviembre, que se cierra a los pocos días del desembolso. Es más, estamos seguros de que si los plazos no llegaran, las mismas entidades que han colocado la emisión, le harían un préstamo de tesorería a la Generalitat, con el aval de los mismos bonos.

Naturalmente, se trata de una situación poco halagüeña y que dice mucho de cómo anda el país. Pero ya les decíamos antes que la catástrofe tendría que ser gorda de verdad para que la Generalitat no pudiera hacer frente a la operación. En el peor de los casos, o tal vez muy probablemente, dentro de un año la devolución se cubriría con una nueva emisión.

Para terminar, suerte tenemos de haber firmado el mejor acuerdo de financiación de la historila autonómica. Suerte, sí.

divendres, de novembre 05, 2010

¿Pánico global?

Hacía algún tiempo que no surgía una alarma mundial por posibles actos de terrorismo. Pero la amenaza ha resurgido otra vez, como si de tratara de un fenómeno cíclico. Que dichas amenazas no sean desdeñables no significa que, a la vez, no planteen muchas dudas. El pánico global parece a veces interesado, aunque pueda estar fundamentado.

Sabemos que pisamos un terreno resbaladizo, pero nuestra opinión al respecto creemos que es sólida y argumentada. Siempre hemos hablado en contra de teorías conspiratorias que intentan "explicar", al margen de la versión oficial, sucesos de extrema gravedad de los últimos diez años. Pero a veces es difícil no dar pábulo a la sospecha, cuando dichas amenazas surgen en momentos tan y tan oportunos.

Claro que nadie quiere tener a centenares o miles de muertos encima de la mesa y, por lo tanto, toda precaución es poca. Pero de ahí a desatar periódicamente una histeria planetaria, además en circunstancias cuando menos peculiares, dista un trecho. La alarma de los paquetes bomba tiene base, pero da mala espina que la voz de alarma se diera a pocos días de las elecciones en Estados Unidos de este noviembre, cuando el problema arrancaba como mínimo desde septiembre.

Enténdamonos. No es que nos parezca mal que hubiera cierta discreción sobre el peligro, porque una cosa es la transparencia y otra, la responsabilidad necesaria para no agrandar el problema. Es que hacer público el problema en según qué momento produce una mala impresión considerable.

Hay medidas de seguridad que llevan años en vigor y que todavía no hemos sido capaces de entender del todo. Lo de los líquidos en los aviones se ha prestado incluso a chanzas, posiblemente desafortunadas pero no exentas de fundamento. Recordemos sólo una, a título de situar la cuestión: rellenar un tubo de dentífrico o un bote de perfume con nitroglicerina, sin que te estalle en las manos, tiene su mérito. ¿Se acuerdan, verdad?

Lo de los escáneres corporales fue otra movida que no se explica si no es desde pánicos creados cuasi artificialmente. Baste con recordar que la lista de clientes está encabezada por Alemania, cuyas autoridades, a penas dos semanas antes de una de estas alarmas ciclícas, dijeron que el escáner en cuestión era perfectamente inútil.

En definitiva, una cosa puede no ser ilegal, ni inmoral, ni estar necesariamente mal, pero puede no hacer bonito.