Hacía algún tiempo que no surgía una alarma mundial por posibles actos de terrorismo. Pero la amenaza ha resurgido otra vez, como si de tratara de un fenómeno cíclico. Que dichas amenazas no sean desdeñables no significa que, a la vez, no planteen muchas dudas. El pánico global parece a veces interesado, aunque pueda estar fundamentado.
Sabemos que pisamos un terreno resbaladizo, pero nuestra opinión al respecto creemos que es sólida y argumentada. Siempre hemos hablado en contra de teorías conspiratorias que intentan "explicar", al margen de la versión oficial, sucesos de extrema gravedad de los últimos diez años. Pero a veces es difícil no dar pábulo a la sospecha, cuando dichas amenazas surgen en momentos tan y tan oportunos.
Claro que nadie quiere tener a centenares o miles de muertos encima de la mesa y, por lo tanto, toda precaución es poca. Pero de ahí a desatar periódicamente una histeria planetaria, además en circunstancias cuando menos peculiares, dista un trecho. La alarma de los paquetes bomba tiene base, pero da mala espina que la voz de alarma se diera a pocos días de las elecciones en Estados Unidos de este noviembre, cuando el problema arrancaba como mínimo desde septiembre.
Enténdamonos. No es que nos parezca mal que hubiera cierta discreción sobre el peligro, porque una cosa es la transparencia y otra, la responsabilidad necesaria para no agrandar el problema. Es que hacer público el problema en según qué momento produce una mala impresión considerable.
Hay medidas de seguridad que llevan años en vigor y que todavía no hemos sido capaces de entender del todo. Lo de los líquidos en los aviones se ha prestado incluso a chanzas, posiblemente desafortunadas pero no exentas de fundamento. Recordemos sólo una, a título de situar la cuestión: rellenar un tubo de dentífrico o un bote de perfume con nitroglicerina, sin que te estalle en las manos, tiene su mérito. ¿Se acuerdan, verdad?
Lo de los escáneres corporales fue otra movida que no se explica si no es desde pánicos creados cuasi artificialmente. Baste con recordar que la lista de clientes está encabezada por Alemania, cuyas autoridades, a penas dos semanas antes de una de estas alarmas ciclícas, dijeron que el escáner en cuestión era perfectamente inútil.
En definitiva, una cosa puede no ser ilegal, ni inmoral, ni estar necesariamente mal, pero puede no hacer bonito.
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