dimarts, de desembre 15, 2009

El aterrizaje de un sueño

La viñeta del Chicago Tribune lo expresa claro. El diploma aparece en blanco y el representante del comité Nobel dice "Podemos rellenarlo más tarde".




Barack Obama recibió el Nobel de la Paz con una justificación (¿por mala conciencia?) de la guerra. No parece la mejor carta de presentación, pero el hecho da cumplida cuenta de lo dolorosos que pueden ser los aterrizajes de los sueños. Especialmente cuando el pretendido pragmatismo es más bien un pretexto.

Es posible que el comité Nobel que tuvo la brillante idea de sumarse a la Obamamanía sin mesura se quedara con un palmo de narices ante el discurso de aceptación del presidente de Estados Unidos. En todo caso, poco derecho tenían a quejarse si no tuvieron inconveniente en otorgar un premio por razones que el mínimo calificativo que merecen es el de difícil de justificar.

Y naturalmente, Obama poco margen tenía. ¿Qué iba a decir en Oslo si no hacía ni una semana que había decidido reforzar a sus tropas en Afganistán? Pues justificar lo que las personas normales no alcazamos a veces a entender. En resumen, que para conseguir la paz a veces es necesaria la guerra.

Y no estamos necesariamente en desacuerdo con el aserto. Y hasta compartimos los ejemplos que puso Obama. El peligro que para la Humanidad representaron Hitler y el nazismo no habría podido conjurarse sin aplastarlos militarmente, sí. Y con el terrorismo tipo Al Qaeda es prácticamente imposible dialogar, sí. Pero ¿estamos seguros de que esos ejemplos son de aplicación a los berenjenales de Iraq y Afganistán y a sus escasamente claros motivos?

Si excluimos el petróleo, nadie sabe exactamente qué hace el mundo occidental en Iraq. Lo de las armas de destrucción masiva ya pasó hace años a la categoría de chiste. Y el parte diario de Bagdad se concilia mal con una pretendida democratización (sin olvidar el esperpento de Abu Ghraib y otros hermosos lugares parecidos).

¿Afganistán? No hace demasiadas semanas que expusimos nuestra opinión: se trata de un conflicto mantenido artificialmente porque permite controlar (es un decir) las rutas por las que los recursos energéticos del Asia Central pueden llegar a puertos de mar bajo dominio del mundo occidental (generalmente, a través de dictaduras amigas). En resumen, una guerra colonial del siglo XXI.

Aunque Sadam Hussein no era precisamente ángel de la guarda de nadie, compararle con un monstruo como Hitler casi produce sonrojo. Entre otros motivos, porque Sadam fue el hombre del mundo occidental por aquellos andurriales hasta que se desmandó y se convirtió en una molestia a eliminar. Por lo que respecta a Al Quaeda, basta con recordar que Bin Laden fue una criatura de la CIA que un día optó por “independizarse”. Bien, eso en el caso de que haya que creerse la historia, lo que, dado los precedentes, tiene su miga.

Confíemos, al menos, en que el aterrizaje de los sueños que alimentó Obama no sea un tortazo en toda regla. El mejor candidato que quepa imaginar en cualquier elección de cualquier lugar del mundo, no tiene porqu ser necesariamente un gran líder o ni siquiera un gobernante razonable. Tampoco tiene porque ser un desastre, claro. Pero una canonización en vida lleva a extremos que rozan el ridículo.

dimecres, de desembre 02, 2009

¿Van Rom-qué?

El 1 de diciembre ha entrado en vigor el Tratado de Lisboa, el remedo con que se ha querido resolver el fiasco de la Constitución Europea. En su aplicación, Europa cuenta con un presidente permanente y un “ministro” de Exteriores. Dos perfectos desconocidos cuya designación dice mucho de como se llevan los asuntos europeos.

Es posible que el Tratado de Lisboa sea la única forma de desencallar el lío en que quedó convertido el trámite de la Constitución Europea. No vamos a negarlo. Pero vistos algunos resultados, no podemos dejar de concluir que, aunque la base no se sostenga y sea incluso absurda, su desarrollo posterior es plenamente coherente.

Que a los dos nuevos “líderes” europeos no los conozca casi nadie encaja a la perfección en el cuadro. Al menos, el nuevo presidente era primer ministro de su país; a la ministra europea de Exteriores sólo la conocen en su casa. Nos han vendido maravillas sobre su capacidad de generar consensos y sobre su capacidad diplomática. Pero cabe preguntarse si lo que necesita Europa son dirigentes de perfil bajo, si no meros tecnócratas, o personas con un mínimo de carisma y autoridad.

No somos santos de la devoción a Tony Blair, un líder retirado de la circulación y notoriamente quemado en la escena internacional. Sin embargo, Blair ofrecía ese perfil que parece tan evidente y puede que por ello promocionaran su candidatura conocidos detractores suyos. Cabe celebrar, claro, que el Reino Unido se implicara a fondo en querer conseguir uno de los puestos, considerando que es el más euroescéptico de los estados europeos. Pero su entusiasmo también queda descrito con la elección de una persona a quien nadie conocía hasta la fecha en la escena europea.

No podemos concluir sin efectuar la pregunta del primer párrafo: ¿por qué unos perfectos desconocidos? Pues por algo tan sencillo como que los Estados han querido salvar la cara de su propia incapacidad de construir una Europa diferente, pero asegurándose que van a seguir cortando el bacalao. Unos líderes de perfil bajo, que, no nos engañemos, van a cumplir su auténtico papel a la perfección, son ideales para que los gobiernos sigan dirigiendo a su antojo el cotarro europeo.

Todo ello no puede dejar más clara la vacuidad de esas nuevas instituciones europeas. Suerte que su finalidad era dar conciencia de algo a los ciudadanos comunitarios y frenar, de esa forma, la peculiar forma de desafección que se detecta en las elecciones al Parlamento europeo.