La viñeta del Chicago Tribune lo expresa claro. El diploma aparece en blanco y el representante del comité Nobel dice "Podemos rellenarlo más tarde".
Barack Obama recibió el Nobel de la Paz con una justificación (¿por mala conciencia?) de la guerra. No parece la mejor carta de presentación, pero el hecho da cumplida cuenta de lo dolorosos que pueden ser los aterrizajes de los sueños. Especialmente cuando el pretendido pragmatismo es más bien un pretexto.
Es posible que el comité Nobel que tuvo la brillante idea de sumarse a la Obamamanía sin mesura se quedara con un palmo de narices ante el discurso de aceptación del presidente de Estados Unidos. En todo caso, poco derecho tenían a quejarse si no tuvieron inconveniente en otorgar un premio por razones que el mínimo calificativo que merecen es el de difícil de justificar.
Y naturalmente, Obama poco margen tenía. ¿Qué iba a decir en Oslo si no hacía ni una semana que había decidido reforzar a sus tropas en Afganistán? Pues justificar lo que las personas normales no alcazamos a veces a entender. En resumen, que para conseguir la paz a veces es necesaria la guerra.
Y no estamos necesariamente en desacuerdo con el aserto. Y hasta compartimos los ejemplos que puso Obama. El peligro que para la Humanidad representaron Hitler y el nazismo no habría podido conjurarse sin aplastarlos militarmente, sí. Y con el terrorismo tipo Al Qaeda es prácticamente imposible dialogar, sí. Pero ¿estamos seguros de que esos ejemplos son de aplicación a los berenjenales de Iraq y Afganistán y a sus escasamente claros motivos?
Si excluimos el petróleo, nadie sabe exactamente qué hace el mundo occidental en Iraq. Lo de las armas de destrucción masiva ya pasó hace años a la categoría de chiste. Y el parte diario de Bagdad se concilia mal con una pretendida democratización (sin olvidar el esperpento de Abu Ghraib y otros hermosos lugares parecidos).
¿Afganistán? No hace demasiadas semanas que expusimos nuestra opinión: se trata de un conflicto mantenido artificialmente porque permite controlar (es un decir) las rutas por las que los recursos energéticos del Asia Central pueden llegar a puertos de mar bajo dominio del mundo occidental (generalmente, a través de dictaduras amigas). En resumen, una guerra colonial del siglo XXI.
Aunque Sadam Hussein no era precisamente ángel de la guarda de nadie, compararle con un monstruo como Hitler casi produce sonrojo. Entre otros motivos, porque Sadam fue el hombre del mundo occidental por aquellos andurriales hasta que se desmandó y se convirtió en una molestia a eliminar. Por lo que respecta a Al Quaeda, basta con recordar que Bin Laden fue una criatura de la CIA que un día optó por “independizarse”. Bien, eso en el caso de que haya que creerse la historia, lo que, dado los precedentes, tiene su miga.
Confíemos, al menos, en que el aterrizaje de los sueños que alimentó Obama no sea un tortazo en toda regla. El mejor candidato que quepa imaginar en cualquier elección de cualquier lugar del mundo, no tiene porqu ser necesariamente un gran líder o ni siquiera un gobernante razonable. Tampoco tiene porque ser un desastre, claro. Pero una canonización en vida lleva a extremos que rozan el ridículo.
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