L'autor va ser periodista fins al 1996, quan es va passar al bàndol dels gabinets de premsa. Va tenir una joventut dedicada a la poesia, però ja fa molt que es dedica a la prosa, abans periodística i ara no se sap ben bé. Aconsegueix pagar la hipoteca, menja calent cada dia i puja la família, que ja és molt. Té la molesta mania d'escriure sobre política i economia, preferentment amb la baioneta calada.
dissabte, de febrer 21, 2009
La “crisis perfecta”
La expresión “tormenta perfecta” se ha popularizado en los últimos años, a partir de una película americana del año 2000. La trama, basada a su vez en una novela, narra las desventuras de un barco atrapado por una feroz tormenta, fruto de la fusión de dos anteriores tormentas. Ese concepto de “perfección” se refiere a una situación en que una serie de fenómenos que, individualmente tendrían un efecto perturbador limitado, se dan de forma simultánea, con lo que se genera una situación de extrema gravedad y de muy complicada solución.
Puede que la actual crisis económica esté llegando al punto en que pueda ser denominada “perfecta”, según la anterior definición. Los problemas se acumulan y, especialmente, se alimentan unos a otros, en una espiral destructiva cada día más evidente. Para entenderlo, basta con explicar a Keynes al revés: el consumo cae, arrastrando a la economía, por el aumento del paro..., que no para de crecer porque hay menos consumo y las empresas cierran.
De momento, podemos consolarnos pensando que todavía nos queda una salida en el terreno financiero. Es decir, que si el crédito volviera a fluir cabría una posibilidad de volver a arrancar una máquina renqueante. Pero hay indicios de lo peor. Y no es sólo por la irresponsabilidad de los bancos, que van a lo que van, sin que les importe que el mundo se desplome a su alrededor. Sino porque los indicadores económicos, como la insólita evolución de la inflación, nos conducen hacia un círculo vicioso del que puede ser muy difícil salir.
Tal vez ha llegado el momento de tomar medidas dramáticas. Enérgicas, sin duda, pero obligatoriamente más eficaces que los regalos a la banca o los planes de rescate aprobados hasta la fecha. En todo caso, el dramatismo de una medida no está en sí misma, ni siquiera en su resultado, sino en su capacidad de invertir una tendencia o de cortar en seco una determinada progresión.
Pero no hay que pasarse de frenada. Que falten decisiones dramáticas no significa tener que implantar el estado de excepción. Por eso sobran las alusiones a la política bananera. O el recuerdo, agitado para meter miedo, de que en los Estados Unidos de la Gran Depresión se llegó a plantear si la democracia era suficiente para afrontar aquella difícilisima situación. La lección histórica es otra: de las crisis puede salirse con sensatez y sin caer en tentaciones autoritarias.
Dicho de otra forma, las nacionalizaciones (si es que esa es la solución) no son perversas a priori, siempre que se tomen como una medida provisional y ejecutada con garantías. El poder del Estado jamás debe ser ilimitado, pero si en algún sitio está legitimada la autoridad es justamente en las democracias.
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