diumenge, de febrer 08, 2009

Tener Spanair no sirve de nada sin el control del aeropuerto


Instituciones y empresas de Catalunya andan celebrando como el logro del siglo la adquisición de Spanair. Creen que con ello conseguirán dar un impulso que necesita al aeropuerto de Barcelona. El impulso, por descontado, que no le dan sus actuales gestores. Pero una aerolínea, incluso si es de referencia, no va a servir de nada si no se gestiona a la vez el propio aeropuerto.

En el aeropuerto Charles de Gaullle de París, Air France cuenta con todas las facilidades. Lo mismo ocurre con British Airways en Heathrow. O con Alitalia en Fiumicino, en Roma. También con Iberia en Barajas. Existe cierta lógica en ello. No porque se trate de las antiguas compañías de bandera, sino porque dichas aerolíneas son las principales operadoras en esas instalaciones. Como creen en estos destinos y les dejan viajeros y beneficio reciben un trato preferente. No es más que interés mutuo, pero el sentido comercial nunca es negativo en nada.

En Barcelona, ya pueden las instituciones y empresas catalanas comprar una aerolínea para convertirla en referencia del aeropuerto del Prat, porque quien seguirá teniendo todas las facilidades será Iberia. No hay vuelta de hoja. El sistema español funciona así y no va a cambiarlo una mera adquisición, porque desde donde se gestiona ese sistema la operación catalana es vista como una operación ajena.

El sistema centralizado de Aena no ha sido tan negativo, como podría parecer, a lo largo de su historia. Sin ir más lejos, permitió mantener abiertos muchos pequeños aeropuertos, hoy superactivos, en épocas en que no eran rentables ni por casualidad. Pero hoy esa centralización rema contra corriente. En todo el mundo, el modelo es flexible: se basa en la autonomía de los aeropuertos y en una cierta, y sana, competencia entre ellos.

Pero el anacronismo español se vuelve intolerable cuando se apuesta por introducir un desfasado concepto radial en las comunicaciones aéreas. Se trata de una decisión que no tiene nada de inocente. Aunque pueda escudarse en razones de eficiencia, que todo acabe pasando por Barajas tiene unos efectos económicos determinados. Por decirlo claro, no se potencian unos aeropuertos de forma neutra, sino en detrimento de otros, con la consiguiente repercusión económica en los territorios a los que se supone que sirven esas instalaciones.

Y no se trata únicamente de una cuestión de volumen, medido en número de operaciones, destinos o pasajeros. También hay un factor cualitativo. Que Barajas sea el centro de los vuelos internacionales, mientras Barcelona va quedando relegada al bajo coste, es una traba objetiva para el dinamismo de la economía catalana. Que a Barcelona el turismo le vaya bien no debe llamarnos a engaño y suscitarnos, más bien, alguna reflexión sobre si los mochileros son los visitantes que debe desear una ciudad capaz de mucho más.

No, el modelo aeroportuario centralista ni siquiera existe para estar al servicio del interés comercial de Iberia. En la actualidad, dicho modelo opera para reforzar al centro del Estado en detrimento de su periferia. Como se recuerda con razón desde Catalunya, sin ser necesariamente independentista, el problema es dónde se toman las decisiones. Éstas pueden ser arbitrarias o justas, pero no están al alcance de sus perjudicados. Que son eso, perjudicados, precisamente por no poder decidir.

En ese sentido, sólo cabe esperar (tal vez de forma ilusa) que ese centro de decisiones no se encargue de hacer fracasar, de las mil y una formas que Catalunya conoce tan bien, la operación de Spanair. El “regalo” a Iberia de la nueva terminal del Prat, nunca revisado pese a las muchas protestas habidas, no es un precedente que invite al optimismo. “Cornuts i pagar el beure”? Sin duda alguna. Al menos, las anteriores movilizaciones de las instituciones, la sociedad civil y el mundo económico habían salido gratis, mientras que la compra de Spanair va a costar un pico.

Otra cosa es que políticos y grandes empresarios catalanes hayan evidenciado pintar tan poco que ahora vendan como un logro épico lo que puede acabar siendo un fiasco. Los comentarios autoelogiosos que se están dedicando a sí mismos en los últimos días tampoco constituyen el mejor de los presagios.