Las vacaciones veraniegas a duras penas han dado un respiro al agobio que nos ha caído encima con la gravísima crisis económica que venimos sufriendo desde hace unos buenos dos años. Aunque los datos macroeconómicos han experimentado leves mejoras, el cuadro sigue siendo crítico. Entre otras razones, porque las mejoras, aun siendo genuinas, no llegan ni a una gota en el océano. Y porque son lo suficientemente ambiguas como para no sugerir efectos decisivos.
La presente situación se parece cada día más a una enfermedad prolongada, en la que nunca sabemos si una leve mejoría es presagio de recuperación o de una nueva recaída. Cuando el enfermo está poco menos que exánime, seguramente cabe esperar subidas y bajones de este tipo. Pero que sea esperable no significa que aporte esperanza y no digamos alegría.
Es más, quienes últimamente ven “brotes verdes” en la evolución de la economía acostumbran a ser personas uncidas a las expectativas levantadas por ellas mismas. ¿Qué van a decir? Lo mínimo que puede sacarse en claro es que no abundan los motivos para confiar.
Naturalmente, habrá que ir observando la evolución de los datos macroeconómicos. Pero ni siquiera eso inspira presagios extraordinariamente positivos. En primer lugar, porque todos somos conscientes de que esos indicadores no siempre reflejan en todo su alcance la realidad cotidiana a pie de calle, aunque en los últimos tiempos las cifras sean para asustarse de verdad. Y en segundo lugar, porque las medidas tomadas por muchos gobiernos no son más que paños calientes de efectos limitados en el tiempo.
No hay más que fijarse en España. El índice de paro en verano no ha sido especialmente malo, dado el contexto. Pero que esté a años luz de lo bien que iba antes es indicativo de por donde van los tiros: si en la época del año en que se creaba tanto empleo, se crea el que se crea... ¿Y qué ocurrirá a final de año cuando venzan medidas como el Plan Zapatero para hacer obras municipales? Durante unos meses 300.000 personas habrán tenido empleo, sí. ¿Y luego?
Además, seguramente no sería difícil ponernos de acuerdo en que el margen del Estado puede ser muy grande, pero no ilimitado. Algo arreglamos a corto plazo vertiendo miles de millones en planes de rescate y dinamización, que acabarán pagando las futuras generaciones en forma de deuda pública. Pero aunque cabe imaginar que el desatre sería mucho mayor sin dichas medidas, no se trata de soluciones a la raíz de los problemas. ¿Se acuerdan, verdad, del noble intento de refundar el capitalismo?
Todo ello ocurre, además, con unos políticos más ocupados en tirarse los trastos a la cabeza que en solucionar los problemas. Tampoco se observa mayor altura de miras en patronal y sindicatos, aunque haya grados. Todo el mundo intenta sacar provecho de la situación, en lugar de resolverla, y ello es garantía de que el problema continuará por aquí durante mucho tiempo.
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