Puede que el Gobierno no esté contra las cuerdas, como señala la oposición y jalean sus palmeros mediáticos, pero lo parece. Puede que el Gobierno vaya a una y se aclare él mismo, pero si es así, no lo parece. Puede que se esté actuando correctamente, pero parece otra cosa. Incluso puede que la oposición tenga soluciones, pero mientras no las aporte de forma clara y concreta, tampoco lo parece.
El episodio del atraso de la edad de jubilación sólo puede calificarse de increíble. No es que los ministros se contradijeran entre ellos, como ha ocurrido en otras ocasiones, incluso cuando Aznar presidía el Ejecutivo con mano de hierro. Ese que hubo ministros (léase Elena Salgado o Celestino Corbacho) que se desmintieron a sí mismos. Pero no se trata únicamente del desconcierto que se sembró, bastante malo de por sí, sino de que se transmitió la impresión de que al Gobierno se le escapa la situación de las manos.
El desplome que experimentó la Bolsa ante tamaño desbarajuste se explica principalmente por esa sensación de que el Gobierno está noqueado y sin capacidad de reacción. En todo caso, queda claro que difícilmente fue por la jubilación a los 67 años, dado que una gran mayoría de quienes pintan algo en los mercados manifestió su acuerdo con la medida. Claro que puede que la cosa no sea así, como decíamos al principio, pero no deberíamos olvidar que las crisis tienen un componente psicológico, a veces poco objetivable pero de indudable repercusión.
Tampoco debería llamarnos a engaño que los mercados se recuperaran en un par de días. A fin de cuentas esas alegrías sin fundamento tienen buena parte de culpa de la actual crisis. Menos se fíen del frenazo de la prensa económica británica. Aunque les duela que Santander se expanda por aquellos pagos, no pueden hacerle excesivos ascos al líquido que Botín pueda aportar.
Hemos llegado a una fase en que las mencionadas sensaciones puede que no causen efecto de puertas adentro (que lo causan de todas formas), pero que influyen en los mercados internacionales. Y lo peor es que parece que entremos en una especie de espiral en la que las cosas sólo pueden ir a peor. Es una impresión que surge con facilidad cuando los apaños complican todavía más el problema. Y es lo que sucede cuando se transmite tanta inseguridad, que es una forma elegante de llamar a la incapacidad.
El Gobierno tiene un problema añadido: comunica pésimamente. No es que su actuación dé para tirar cohetes. Pero ni lo que hace bien consigue desvanecer esa sombra de duda que nos hace preguntarnos a veces, no sin fundamento, en manos de quien estamos. Ello ocurre porque el Gobierno comunica tan mal que el tiro le sale casi siempre por la culata.
Toda la estrategia informativa gubernamental parece descansar en la vicepresidenta primera y sólo de tanto en tanto un manifiestamente desganado Zapatero sale a la palestra. Esa desgana se percibe con claridad en unos argumentos y un tono muy poco convincentes. Mientras, comunicadores natos como el ministro Rubalcaba parecen poco menos que arrinconados. A veces no le dejan hablar ni de su propio ministerio...
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