Completamos aquí la reflexión sobre lo que podría ser, pero no lo parece. Y diremos que puede que el PP tenga soluciones para la actual crisis, pero si es así, no lo parece. Que puede que el principal partido de la oposición no esté deseando un desastre aún mayor para sacar tajada electoral, pero tampoco lo parece. Y que puede que quienes proponen pactos de Estado lo hagan de buena fe, aunque pueda parecer algo diferente.
Es imprescindible una previa. En cualquier situación, la responsabilidad principal es para el Gobierno. Sea el que sea y, naturalmente, también el mérito si las cosas son positivas. Pero en un país que padece un bipartidismo feroz, cabe preguntarse por las actitudes de la oposición, dado que ha gobernado y, sin duda alguna, volverá a gobernar.
Resulta difícil sustraerse a la idea de que al PP le conviene que el desastre se convierta en catástrofe. Otra cosa es que a algunos de sus dirigentes les entre la prisa por volver al poder y sugieran una improbable moción de censura o un más plausible avance electoral. Puede que unas elecciones anticipadas, las ganara quien las ganara, fueran el revulsivo que la situación parece requerir. Pero no hay absolutamente ninguna seguridad de ello.
Es más, para el PP es muy fácil recordar la bonanza económica que hubo cuando gobernaba Aznar. Y más fácil es olvidar que, como la presente crisis, aquello también era global y que, en todo caso y como han acabado demostrando los acontencimientos, se trataba más bien de una falsa prosperidad.
Algo hay que decir, asimismo, sobre los pactos de Estado. En teoría, tampoco parecen una mala solución. Pero por encima de si serían viables, lo que es poco probable dada la altura de miras de unos y otros, también hay que preguntarse si conseguirían resultados prácticos. Los Pactos de la Moncloa están muy mitificados. Aunque consiguieron reconducir a medio plazo una situación socioeconómica muy complicada, no fueron más que un consenso para que el Gobierno pudiera tomar medidas duras e impopulares sin que se hiciera sangre a su costa.
¿Qué nos queda, entonces? Es dificil decirlo. Y no nos complace dejarlo así. Pero también tenemos claro que la mano dura no está contraindicada en este caso. Siempre que no nos equivoquemos de enemigo y que no paguen el pato quienes no son culpables (o al menos bastante menos culpables) del embrollo en el que estamos metidos.
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