Un simple volcán, como lo calificó un diario madrileño, ha puesto en jaque el tráfico aéreo mundial, singularmente el europeo, durante más de una semana. El caso no es anecdótico en absoluto, ya que pone de manifiesto la extrema vulnerabilidad de unas sociedades modernas basadas cada día más en los avances tecnológicos.
Hay que reconocer que lo de las cenizas del volcán tiene su punto exótico. Pero el mal está muy extendido y basta con pararse a pensar en unos pocos ejemplos para darse cuenta de ello.
Basamos nuestra economía en producir donde sea barato (y consumir en cualquier otra parte), pero un temporal puede cortar el tráfico de unas autopistas y carreteras convertidas en arterias vitales para que todo funcione. Contamos con todo tipo de comodidades en nuestras casas, pero un corte de fluido eléctrico las convierte en cachivaches inútiles. Hemos creado sistemas de transporte que nos permiten ir prácticamente a todas partes, pero una huelga de un colectivo minoritario nos deja colgados en el rincón de mundo más inoportuno.
Hay paradojas sorprendentes de verdad. La informatización y automatización de algunos servicios se supone que debía servir para no depender del factor humano. Pero entonces estamos en manos de unos pocos técnicos que gestionan dichos sistemas. No es necesario que se declaren en huelga. Basta con unos cuantos casos de gripe.
Tenemos una dependencia absoluta de los subministros energéticos y de los conflictos laborales. Sin embargo, episodios como el del volcán islandés nos recuerda que también estamos en precario ante fenómenos naturales. Es muy dudoso que nuestra imprevisión ante tales situaciones se deba a la ignorancia. Más bien se debe a una idea algo difusa de que la excepcionalidad de determinadas circunstancias hace que resulte carísimo prevenirlas, o preferible atajarlas (mal, pero atajarlas) el día que se producen.
Pero si alguna lección cabe sacar de cuestiones como el cambio climático es que que lo que antes pasaba muy de tanto en tanto, ahora puede ocurrir en cualquier momento y con bastante frecuencia. Naturalmente, este planteamiento no puede obviar que existe una falta de inversión en las redes de las que tanto dependemos, que explica mucho más que el mal tiempo y otras zarandajas lo que realmente ocurre.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada