diumenge, d’abril 11, 2010

Borrachera para hoy, hambre para mañana

Unas multitudinarias fiestas “universitarias” en Salou y en Lloret ha puesto en crisis todos los buenos propósitos sobre los nuevos modelos turísticos con los que el sector debía ponerse al día. A la hora de la verdad, resulta que no le hacemos ascos al dinero que deja el turismo de borrachera. Y menos, al parecer, en tiempos de crisis.

Otra cosa es que queramos justificar el despropósito con toda la florida retórica que se nos ocurra. Estos días hemos leido incluso que las juergas que se corrían dichos “universitarios”, y lo que dan de hablar, eran una magnífica campaña publicitaria, de esas que no se pueden pagar con dinero. Tal aserto se basa en la idea de que nuestra industria turística es la que es, al menos de momento y por lo que parece para tiempo, y que necesita este tipo de eventos. ¿Qué mejor, pues, que darles la mejor respuesta posible para continuar atrayéndolos?

Hay otra forma de decirlo, claro. Un sector probablemente sobredimensionado sólo puede sobrevivir a base de captar públicos masivos y, si es necesario, de rebentar precios. Se trata de un círculo vicioso. Hoteles de dos o tres estrellas, con 500, 600 o 700 habitaciones y sin mayor atractivo que la playa y la sangría, sólo son viables a bajo coste. A la vez, con esa estructura de negocio hay que acceptar la cantidad y casi siempre reducir la calidad.

Es la misma cuerda que ata al sector a los grandes tour-operadores. Estos inmensos intermediarios imponen precios gracias a su capacidad de contratación. Una capacidad que les permite incluso fomentar unos destinos en detrimento de otros. Es muy posible que a los hoteleros, sobre todo a los del ejemplo del párrafo anterior, no les guste depender absolutamente de los tour-operadores. Pero sin ellos no van a ninguna parte.

El negocio funciona así y no querer cambiarlo no autoriza a justificaciones delirantes, incluidas en las que caen en el más absoluto de los ridículos. La publicidad del Saloufest (así se llamaba el acontecimiento) vendía deporte de día y “autodestrucción de noche”. Entre los supuestos deportes, había campeonatos de bebedores de sangría, uno de ellos bajo el agua. En todo caso, basta con ver las fotos de los festejos publicadas en los medios de comunicación. Que se trate de estudiantes universitarios sólo pone de manifiesto cual debe ser el nivel de las universidades que acogen a tales energúmenos (y la estupidez del autor del alegato), no la bondad del producto turístico.

Naturalmente, podría ser que el turismo de juerga fuera compatible con otros productos más sosegados. Pero si es así, no lo parece. Es más, la sensación que acaba transmitiéndose  es que las denominaciones de destino de turismo familiar, y otras marcas similares, son meras cortinas para tapar vergüenzas.

El sector turístico acusa la crisis, es verdad. Una parte muy importante de la economía y del empleo depende de su éxito, también es verdad. Pero que en nombre de tan nobles propósitos acabe colando cualquier cosa es un síntoma preocupante. La reconversión de este turismo mochilero y barato no es fácil, pero hay que recordar que se basa en un público de muy escasa fidelización, que el verano próximo se largará a otra parte donde tengan la sagacidad de vender la cerveza más barata. Admitiendo incluso que el ajuste puede ser duro, estamos ante una cuestión de opciones. La borrachera de hoy será sed para mañana.