dissabte, d’agost 13, 2005

Gasolina al fuego

El gran incendio forestal en la provincia de Guadalajara ha alimentado otro fuego, este de carácter político, que nos lleva a algunas reflexiones, sobre el uso partidista de las desgracias, y en general sobre nuestra pésima preparación para situaciones de emergencia. Por la autoridad que nos pueda dar haber criticado cierto género de actitudes cuando los papeles políticos estaban invertidos, podemos decir ahora que la actuación del Partido Popular es absolutamente impresentable. Lo mismo dijimos cuando los socialistas criticaban a los gobiernos populares cuando las emergencias aún estaban en curso. O cuando los socialistas catalanes disparaban contra el gobierno de Jordi Pujol en idénticas circunstancias.

Esto no significa que la actuación de un gobierno en la resolución de una crisis no sea criticable. Todo lo contrario. Cualquier emergencia debe ser analizada y desmenuzada para mejorar el funcionamiento de los dispositivos de socorro y de seguridad y para poder adoptar políticas preventivas. Dicha labor, de carácter esencialmente técnico, tiene que ir acompañada de la necesaria discusión política, porque aunque su resultado dependerá de la aritmética parlamentaria y no de criterios objetivables, es necesario determinar, también en el ámbito político, si se había hecho todo lo posible.

Pero como dijimos en ocasiones anteriores, esa necesaria y deseable crítica política corresponde hacerla cuando la emergencia se ha dado por concluida, nunca cuando la crisis se encuentra en pleno apogeo. En ese momento, cuando peligran vidas y haciendas, lo prudente es observar un mínimo de discreción y ponerse lealmente a disposición del gobierno de turno. Incluso si lo hace rematadamente mal. Tiempo para las recriminaciones, a fin de cuentas, no va a faltar.

Naturalmente, por este principio, los socialistas no deberían haber abierto la boca hasta que el último kilogramo de chapapote del “Prestige” hubiera sido retirado de las playas,un año y pico después de la catástrofe. O haberse callado tras los atentados del 11-M. De la misma forma que el PP debería haber esperado a que el incendio de Guadalajara hubiera sido definitivamente extinguido. Nunca pondremos de acuerdo a los partidos sobre esto y seríamos, por tanto, ilusos si quisiéramos que admitieran, además, que en casos de extrema gravedad la oposición tiene derecho a intervenir, en contra del gobierno, aun cuando la crisis continúe viva. Y más qu e el derecho, la obligación.

Ello nos parece evidente en situaciones como las de los atentados de Madrid, que no fueron una catástrofe de las que podríamos denominar “neutrales”, provocadas por fenómenos naturales o por causas fortuitas. Pero no porque una oposición responsable no deba estar junto al gobierno cuando hay muertos sobre la mesa, sino porque, en este caso concreto, el gobierno se enajenó el apoyo no ya de la oposición, sino de la mayoría de los ciudadanos.

Es verdad, como ha dicho el presidente del Gobierno, que el PP no es nadie para dar lecciones sobre la gestión de crisis, aunque no nos satisface que ese argumento sea el habitual para echar tierra a los ojos y encubrir los eventuales errores propios. En realidad, lo que nos entristece es constatar como absolutamente todos los partidos, en todo el mundo, no hacen y dicen lo mismo cuando están en el gobierno que cuando están en la oposición. A este respecto, sólo querríamos introducir una idea: si bien es cierto que al gobierno le entra en el sueldo recibir palos, y es quien debe recibir la mayor parte ya que para eso es el gobierno, tal vez va siendo hora de que a la oposición le entre en el sueldo otro género de actitudes.