Falta poco más de una semana para las elecciones europeas y la triste constatación es que la victoria va a corresponder a la abstención. Quienes pronostican sólo el 60% de abstención son unos optimismas de mucho cuidado, o más bien elementos partidarios que, haciéndose pasar por expertos en demoscopia, intentan animar el cotarro para salir menos perjudicados del desastre. Europa no motiva más que a una pequeña fracción de europeos, pero, como de costumbre, quienes se dedican profesionalmente a estos temas son los que menos hacen para reconducir un camino errático.
Naturalmente, la noche de las elecciones oiremos muchos lamentos. Se harán llamamiemtos floridos a la reflexión. Algo tenemos que hacer, nos dirán. Y luego, como pasa siempre, los lágrimas de cocodrilo se secarán más rápido de lo que tardan en derramarse y los llamamientos harán eco en el vacío. Y no harán nada, salvo tal vez constituir un grupo de trabajo o de expertos que se reunirá durante meses y meses, costará un pico y acabará concluyendo que algo hay que hacer. Puede incluso que sugieran algunas medidas (no esperen mucho más que cuatro tópidos ya oídos), que nunca se convertirán en algo práctico.
Así de cruda es la realidad de las cosas.
Evidentemente, los votantes no tenemos perdón de Dios. Somos nosotros quienes nos abstenemos, a fin de cuentas. Quienes decidimos que la playa es una alternativa más atractiva que las urnas. O que eso de que Bruselas nos cae muy lejos y, a veces con mucha razón, que todavía ahora no sabemos para qué sirve. Y cabe preguntarse si eso de que los partidos no consiguen hacernos vibrar la fibra (que no lo hacen) no es un pretexto comodón.
Pero aunque los votantes no seamos inocentes, no es gratuito recordar que quienes peor se lo montan son quienes, en teoría, deberían estar más interesados. Aunque como ciudadanos seamos unos impresentables, que encima nos quejaremos de que por los resquicios de la abstención se nos cuele de refilón la extrema derecha, quienes deberían estar más preocupados son unas cuantas docenas de profesionales de la política, los partidos y las instituciones. Dado que no lo están más que retóricamente, es que no les importa ni siquiera a título de mantener en pie su negocio. Pésima señal, si las cosas comienzan por aquí.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada