Las gobiernos de las principales economías mundiales han abierto poco menos que la barra libre con sus planes de rescate de bancos y empresas en crisis. Sin embargo, el mercado no ha podido reaccionar de peor forma. El desplome de las bolsas tras la acción concertada de gobiernos y bancos centrales, que ese mismo mercado reclamaba a gritos, nos obliga a hacernos algunas preguntas inquietantes. ¿Es que insisten los mercados en hundirse? ¿O no será más bien que intentan meter miedo para conseguir un gratis total?
La explicación “oficial” al renovado pánico de los mercados tras las garantías y el grifo abierto ofrecidos por la cúpula política mundial es que la desconfianza es tal que no se remonta fácilmente. Y en parte es verdad. Como hemos escrito en otras ocasiones, negar que todas las crisis tienen un factor psicológico importantísimo (cuando no son meramente psicológicas, sin ningún elemento objetivable que las justifique) es una soberana estupidez. Pero eso no significa que el pretexto valga para todo o tenga efectos universales.
Quisiéramos equivocarnos, pero mucho nos tememos que el pánico acaecido tras el anuncio de medidas no es más que la segunda parte de una estrategia que puede que esté bastante improvisada, pero que parece responder a un cálculo certero. Concretamente, al cálculo de que los gobiernos les han salido un poco respondones al irresponsable sistema financiero que ha liado el desbarajuste.
No crean que dichos gobiernos han tomado muchas más medidas que las que les exige tener una opinión pública irritada y poco dispuesta a aceptar que el precio de la crisis lo paguen los de siempre y no los auténticos culpables. En realidad, muchas de las medidas son puramente cosméticas y poco van a significar pasado el tiempo. Pero no son el cheque en blanco que algunos parecían esperar.
Los gobiernos de las principales economías han venido a decir que podrán encima de la mesa el dinero que haga falta. Pero han establecido dos condiciones, aunque sin especial rotundidad. La primera, que el apoyo no va a ser completamente gratuito, ya que los Estados recuperarán todo lo que se pueda. La segunda, que quien paga manda y que van a llevar la voz cantante, al menos hasta que arrecie el temporal.
Sólo el tiempo nos dirá si dichos requisitos iban en serio o eran enunciados retóricos. La experiencia histórica nos hace ser pesimistas. En este momento, los gobiernos necesitan presentarse ante sus electores como si fueran Robin Hood, porque también ellos están con el agua al cuello, aunque en otro sentido. Sin embargo, todos somos conscientes de lo poco que nos dura, les dura, el propósito de enmienda. Es más, algunas medidas anunciadas son auténticos brindis al sol. Garantizar los ahorros hasta 100.000 euros por cabeza está muy bien, pero que más quisiera el 98% de la población que tener 100.000 euros en el banco que hubiera que proteger con dichas garantías.
Llegados a este punto, es obligatorio formularse las preguntas del principio. Y responderlas con la máxima sinceridad de que seamos capaces. Si se trata de meternos miedo, es innecesario. Todos sabemos ya que estamos hasta el cuello, ya que hemos sido oportunamente notificados por los mismos que nos han metido en el atolladero (quién puede saber mejor hasta donde llega el fregado). Y no ignoramos que la teoría de los males mayores, más temprano que tarde, será un coladero a través del cual nos tragaremos lo que tenemos y lo que no tenemos, incluido nuestro orgullo.
Dado que los Estados van a ser los primeros en tragar, qué les puede importar a esos sagaces tiburones de las finanzas lo que nos pida el cuerpo a los mortales normales y corrientes. Por eso hay que decirles que ya estamos asustados y que pueden pasar a recoger el cheque, pero que al menos dejen de darnos un mal día detrás de otro.
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