Andan nuestros políticos algo preocupados por lo que ellos mismos han definido como desafección. Y buscan gestos, que no auténticas soluciones, que les permitan “reconciliarse” con el electorado. Pero como la intención no es sincera, sino forzada, sale lo que sale. Incluidos ciertos ridículos que arruinan el más noble de los propósitos.
Tal es la necesidad de nuestros dirigentes (de todos los colores y pelajes) de transmitir la impresión de que hacen algo que han decidido hacer “públicas” sus declaraciones de bienes. El auténtico alcance de la medida queda demostrado por el hecho de que el registro correspondiente es público desde hace más de 25 años. La supuesta novedad es que ahora la información es fácilmente consultable por cualquiera, al haberse “colgado” en Internet. Pero la pregunta es obvia: ¿por qué tantas facilidades no llegaron antes?
No quisiéramos hacer demagogia, aunque si nos diera por ahí no nos lo podrían poner más fácil. Los políticos siempre se hacen a medida les leyes y normativas que les atañen personalmente. Para muestra un botón: durante años era obligatorio presentar la declaración de bienes al tomar posesión, pero no al dejar el cargo. Si la cosa debía servir para asegurar la honradez y prevenir el enriquecimiento (incluido el inmoral, que no siempre es ilegal)...., pues ya nos entienden.
¿Y qué ocurre ahora? Pues que una serie de escándalos de corrupción han deteriorado la imagen de la política a extremos que preocupan hasta a quienes no se daban por aludidos hasta ahora. Pero como no tienen ganas o energías para encarar el problema de fondo, que no es otro que la financiación de los partidos (aunque a su socaire se escondan muchos sinvergüenzas que operan en beneficio propio), recurren a argucias varias para dar la impresión de que hacen algo.
Cualquier persona normal y corriente se pregunta, lógicamente, por qué se prodigan gestos vacíos en lugar de aplicar soluciones. Pero hay que entender que los políticos viven en un mundo aparte. Un mundo en el que la tentación de “arreglar” los problemas a base de palabras es enorme. De ahí esas escenificaciones que pasan por hitos de la política contemporánea, cuando en realidad parecen ideados y ejecutados por los contrarios de quienes las promueven.
Y como a los propios políticos les debe parecer que se quedan cortos, intentan una derivada florida y exhuberante: la de transmitir a los simples mortales que son como ellos. Es decir, que también tienen deudas con el banco, que su coche tiene más de diez años o que les cuesta llegar a fin de mes. Lo que es poco menos que una burla, porque quien cobra salarios de 5.000 o 6.000 euros mensuales (o más) no puede aspirar a compararse com un mileurista. Al menos, sin que éste último se indigne.
A partir de ahí, los chistes fáciles surgen con una facilidad pasmosa. ¿Cómo no va necesitar el presidente valenciano que alguien le regale los trajes, si el pobre hombre sólo tiene 900 euros en el banco? Pero la broma también tiene una derivada más o menos seria, aunque algo demagógica: ¿Cómo van gestionar los asuntos públicos unos administradores tan malos que, tras años de cobrar un buen sueldo, sólo declaran deudas?
No discutimos aquí los sueldos políticos. En otras ocasiones nos hemos mostrado a favor de ellos. Con la debida reserva para algunos extremos indecentes, son infinitamente mejores que su alternativa: es decir, la de quien ya se cobrará de alguna otra forma el “servicio público”. Pero el ridículo de ciertas afirmaciones es perfectamente prescindible.
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