Ya conocemos la fecha de las elecciones catalanas. Aunque no estén convocadas formalmente todavía, ya podemos pergeñar un balance de lo que ha sido el segundo tripartito, o lo que es lo mismo la segunda experiencia de gobierno de izquierdas en la Generalitat contemporánea. Y ese balance es menos malo de lo que algunos insisten en presentar. Que la oposición considere al ejecutivo de Montilla como el peor de la historia de Catalunya entra dentro de lo esperable. Pero hasta la oposición, al menos CiU, se ha dado cuenta, en carne propia, de lo mal que pueden salir los mensajes catastrofistas. De ahí que apueste por vender alternancia y un cambio que, aunque digan que es necesario y hasta imprescindible, es presentado como un cambio tranquilo.
Otra cosa es el discurso incendiario que a veces practica el Partido Popular en Catalunya. A veces da la sensación de que desbordan a su propio partido por la derecha por la simple razón de que no pintan prácticamente nada dentro de su organización y se creen en la obligación de subir el tono para hacer méritos. Y conste que la cuestión lingüística es casi irrisoria en comparación con los flirteos con el racismo y la xenofobia que algunos de sus candidatos locales vienen practicando de un tiempo a esta parte.
Poco puede decirse de la oposición ejercida por Ciutadans-Ciudadanos. Aunque cierta derecha mediática celebró su resultado en 2006 como si fuera la toma del Palacio de Invierno, basta con ver cómo les ha ido la legislatura: escindidos y peleados, a veces con escenas de una indignidad escalofriante. Suerte que eran una alternativa regeneradora.
También hay que decir, sin embargo, que gran parte del clima antitripartito que se ha respirado en Catalunya ha sido obra de algunos medios de comunicación. Y más que de los medios, de algunos periodistas de renombre que vivieron muy bien o prosperaron mucho bajo los gobiernos de Jordi Pujol. Se trata de elementos a los que al menos hay que reconocerles la virtud de la gratitud. Pero la culpa no es exactamente suya, sino de las empresas que les permiten todo tipo de cruzadas, seguramente porque a los propietarios ya les parece bien.
Sólo esto último explica la sevicia con que se han acarnizado algunos periódicos con medidas como las de los 80 kilómetros por hora en los accesos a Barcelona. Hay que leer lo que se ha llegado a escribir de una medida discutible como cualquier otra para darse cuenta de que las críticas no se formulaban de buena fe.
Ahora bien, el gobierno catalán no ha sido tampoco un prodigio de administración eficaz y brillante. Baste con decir que su primera prioridad era no repetir la montaña rusa que fue el primer tripartito, objetivo que por cierto se ha logrado sólo parcialmente. Pero insistimos en que su balance no ha sido tan negativo como corean quienes, legítimamente por otra parte, desea desalojarlo del poder. En una próxima entrada analizaremos con detalle ese balance, con todos sus claroscuros.
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