El llamado curso político empieza cargado de ambiente electoral. A las elecciones catalanas a celebrar en noviembre, se le suma la posibilidad de un anticipo de los comicios generales, si Zapatero no consigue aprobar los presupuestos del Estado para el año próximo. Pero incluso si el Gobierno salva sus cuentas para 2011, su precariedad no podrá ser más manifiesta.
Comencemos por Catalunya. La victoria corresponderá más que probablemente a Convergència i Unió. Hasta las encuestas del gobierno catalán le auguran a la federación nacionalista una mayoría que roza la absoluta. Siempre hay que ser prudentes ante un resultado electoral, por mucho que digan los sondeos, pero no es casual que el tripartito presidido por José Montilla haya optado por apurar los plazos al máximo. Su última esperanza parece ser algún tropezón de CiU, o que Zapatero les eche algún cable a propósito del esquilmado Estatut. En todo caso, las sorpresas, o los milagros, no son, por su propia naturaleza, predecibles.
Es una incógnita qué resultado pueden conseguir las nuevas fuerzas independentistas, sobre las que hay más ruido mediático que expectativas objetivables. No se sabe nunca, pero no parece que sus posibilidades sean para tirar coetes. Las urnas lo dirán.
Y pasemos ahora a la situación política general en España. Zapatero necesita imperiosamente aprobar un presupuesto para 2011. No puede recurirr a prorrogar el de 2010, expediente que un sector del Gobierno y del PSOE no descartaban, porque se ve obligado a introduir nuevas reducciones del gasto público. Debe hacerlo obligado por el plan de rescate del euro, aprobado meses atrás, y que ya provocó en su momento el célebre “recortazo”. Como ya dijimos entonces, lo de plan de rescate del euro era un eufemismo para disimular que se trataba de una intervención en la práctica de la economía española, a cargo de nuestros socios europeos, que exigieron medidas severas a cambio de su compromiso de salvarnos si llegaba lo peor.
¿Y con qué apoyos cuenta Zapatero para aprobar las cuentas de 2011? Por su izquierda ha perdido toda ayuda, por irrelevante que fuera en número de votos. Y CiU ha anunciado por activa y por pasiva que no apuntalará más al Gobierno, ni siquiera con su abstención, como cuando la convalidación del “recortazo”. A Zapatero le queda únicamente hacerse con el voto del Partido Nacionalista Vasco. Un voto favorable que, por mucho que haya ocurrido en Euskadi, no es descartable en absoluto.
En cualquier caso, nos encontramos ante dos escenarios posibles. Por una parte, el Gobierno no consigue aprobar el presupuesto en las Cortes y no tiene más remedio que convocar elecciones, para que pueda aparecer una mayoría (hasta la fecha, es casi seguro que será del Partido Popular) que saque adelante las cuentas del Estado. Por otra parte, que Zapatero salve la situación por los pelos y sobreviva al envite. Pero incluso en este segundo caso, su cada día más manifiesta debilidad y soledad rozan también la inviabilidad de cualquier proyecto político digno de tal nombre.
Como ocurre en el caso catalán, los manuales electorales recomiendan avanzar elecciones si uno cree que las va a ganar, jamás para darse una torta. Zapatero necesita desesperadamente tiempo para que la crisis remonte algo y haya algún fruto de las medidas tomadas que pueda vender. Sin embargo, el descontento que produce su gestión crece de día en día, incluso entre la misma militancia socialista, y no es por casualidad que hasta le salgan dirigentes respondones. Las primarias del PSOE en Madrid van a ser un test muy interesante: no es nada improbable que los afiliados socialistas madrileños le propinen a Zapatero un puntapié en el trasero de Trinidad Jiménez.
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