Puede que el alto el fuego declarado por ETA no sea una tregua-trampa, como corea siempre en estos casos la claque mediática de la derecha. Pero la impresión de "dejà vu" es inevitable. Con el agravante de que, al menos en el lenguaje, lo que se declara tiene menor intensidad que en ocasiones precedentes.
Por no colmar expectativas, el vídeo de ETA no colmó ni las de la izquierda abertzale, que había reclamado una tregua indefinida y verificable. Porque eso de la suspensión de las acciones armadas ofensivas puede que lo entienda quien lo escribió. Pero si no es para justificar que, habiendo tomado la decisión, se asesinara en el interín a un gendarme francés en un enfrentamiento..., pues no estamos ante un prodigio de claridad.
Por eso, la prudencia del Gobierno y de las fuerzas políticas está más que justificada. La hipótesis de que la declaración represente sólo el deseo o la opinión de un sector de ETA, o de que pueda haber facciones o incluso individuos aislados que rebienten el alto el fuego, no es descabellada en absoluto. Parece fuera de toda duda que la declaración de ETA es fruto de la debilidad (que sea pasajera o no, el tiempo lo dirá) y la debilidad no ayuda precisamente a cohesionar a ningún grupo humano. Menos a los que intentan resolver los problemas a tiros.
Además, la debilidad no sólo es de ETA. La izquierda abertzale está ahogada política y financieramente y no es seguro que pueda aguantar muchas más legislaturas sin poder presentarse a las elecciones. Pero en contra de lo que podría pensarse, no se trata de hacer de la necesidad virtud, sino de algo bastante más sencillo. ¿Cómo van a sacar adelante planteamientos políticos quienes están apartados de la política?
En todo caso, en términos de prudencia la experiencia ha de servir para algo. ETA dejó en el más espantoso de los ridículos al Gobierno con el atentado de Barajas, en diciembre de 2006. Por muy hambriento de buenas noticias que esté Zapatero, cabe suponer que ahora no se dejará ofuscar por la perspectiva de pasar la historia. Aunque también hay que decir, en descargo de Zapatero, que más se cegó Aznar en 1998, cuando llegó a hablar de Movimiento Nacional Vasco de Liberación. Cuántas veces habrá deseado el expresidente popular haberse callado aquel día...
Pero hay que ser realistas. El fin de ETA no llegará por la rendición incondicional y la entrega de las armas. Como mucho, lo segundo, y su verificación, será una de las partes de la solución. La pregunta es incómoda, pero hay que intentar contestarla honradamente: si la independencia de Euskadi, o al menos un referéndum de autodeterminación, son innegociables, ¿qué se puede ofrecer sino una amnistía generosa?
El País Vasco no es Irlanda del Norte, como a veces nos empeñamos en querer ver. Por aquellos pagos se dieron satisfechos con una autonomía inferior a la de La Rioja, porque era infinitamente mejor que la ocupación militar que existía en la práctica. Pero ¿qué se le puede ofrecer a Euskadi que mejore su actual autogobierno?
Es más, habría que recordar que el gobierno británico acceptó una consulta de autodeterminación transcurridos 25 años de los acuerdos de paz. Veremos qué ocurre cuando llegue la fecha (con plazos tan dilatados no se sabe nunca), pero resulta difícil imaginarse a un gobierno español, del color que sea, firmando una cláusula como esa.
Y que nos quede claro que el día en que haya paz, eso de los terroristas viendo salir el sol tras las rejas todos y cada uno los días de su vida va acabar con los interesados cobrando una pensión del Estado, como se ha hecho en otras partes, como solución práctica al problema de qué hacer con unos centenares o miles de personas que se han pasado más de media vida en la cárcel o que, por decirlo con un eufemismo, son imposibles de reciclar profesionalmente.
En política suele decirse que existen las soluciones ideales y las soluciones posibles. Los términos son autoexplicativos. En pocos casos ello resulta tan evidente como en el que nos ocupa.
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