dijous, de setembre 23, 2010

Elecciones en Catalunya (y 2)

Teníamos pendiente acabar de justificar por qué el segundo tripartito que está culminando su mandato no era tan nefasto como sus adversarios quieren hacer creer. Hay argumentos que permiten sustentar dignamente esta opinión, aunque la verdad sea dicha la cosa tampoco es que sea para tirar coetes. Visto como ha acabado, o como puede acabar todavía, el embrollo del Estatut, no resulta fácil atribuir el inicio de su despliegue al actual gobierno catalán. Pero la realidad también es la que es: ha habido avances de entidad, aunque lejos de las expectativas levantadas.

La nueva financiación autonómica es tal vez el ejemplo más palmario de ello. El sistema es mejor que el anterior, porque atribuye a la Generalitat (y al resto de comunidades, dato que no hay que desconocer) una mayor participación en la distribución de la cesta de impuestos. Pero ese es su principal hándicap, aunque por otra parte esté justificadísimo: el desplome de los ingresos fiscales se ha "comido" casi literalmente la financiación suplementaria conseguida.

De la disposición transitoria del Estatut que debía compensar la falta de inversión pública estatal en Catalunya durante un período de siete años, nunca más se supo. Mejor dicho, si algún lector tiene alguna noticia al respecto, podría tener el detalle de hacérnoslo saber. Le estaríamos muy agradecidos.

Sin embargo, el segunto tripartito ha sido capaz de sacar adelante medidas prácticas y de aplicación cotidiana en la vida de los ciudadanos, lejos de "logros" poco menos que metafísicos, como el principio de ordinalidad en el ejercicio de la solidaridad (que para más inri también se cargó el Tribunal Constitucional). Sin ir más lejos, el ejecutivo de José Montilla ha sido capaz de completar el despliegue de la policía autonómica en todo el territorio o de reducir de dos o tres años a tres meses las listas de espera quirúrgicas más escandalosas.

Este mismo gobierno ha más que duplicado la mayor parte de partidas de política social y ha construido cerca de 400 escuelas y de 300 guarderías. Pero también ha sabido lograr una serie de grandes pactos nacionales para asegurar políticas de largo recorrido en temas tan sensibles como la educación o la immigración. Sin embargo, su principal defecto ha sido no conseguir pactar a veces consigo mismo lo que conseguía acordar con la oposición.

El tripartito presidido por Montilla no ha llegado a los extremos de montaña rusa que caracterizaron al anterior ejecutivo liderado por Pasqual Maragall. Pero es evidente que no se ha tratado de un Gobierno que fuera a una. Los desmarques han sido frecuentes y no precisamente en cuestiones de segundo o tercer orden. La cultura de coalición es una asignatura difícil, pero los tres socios del ejecutivo catalán tampoco se han esmerado especialmente en aprobarla.

De ahí que al actual Gobierno le haya pasado lo mismo que a su predecesor: que el ruido ha ahogado el eco de sus logros. Un ruido que a veces ha sido provocado de mala fe por terceros, como comentábamos en una entrada anterior, pero que casi siempre ha encontrado alguna base (a veces mucha base) para sustentarse. La forma en que se gestionó la grave sequía de 2008 es un buen ejemplo de ello.

A Montilla y a sus consejeros les ha faltado capacidad de comunicación. Y eso que de portavoces han tenido un buen puñado. Tan equilibrados han querido ser en todo los miembros del tripartito-2 que se han repartido hasta la función de portavoz tras las reuniones gubernamentales. Ello no es malo por sí mismo, pero cuando un Gobierno tiene dificultades para hablar con una única voz... ¿Nos entienden, verdad?