Tres años de lo de Irak
Se cumplen estos días tres años de la invasión de Irak por una “coalición internacional” liderada por Estados Unidos. Las manifestaciones que han recordado tan triste y lamentable efémerides a penas han reunido a unos pocos miles de personas. Lejos, muy lejos, de las grandes movilizaciones de hace tres años, que pese a ser hinchadas sus cifras como ocurre siempre en estos casos, demostraron un rechazo general a esa guerra, no sólo en España, sino en medio mundo. Pero que la conmoción emocional que originó la invasión ya no exista, no significa que el desaguisado cometido no siga en marcha hasta la fecha y cada vez más emponzoñado.
Para muchas personas, la invasión de Irak significó una toma de conciencia, aunque ahora parezca que el hecho fue más bien efímero. No pocos se manifestaron por primera vez en sus vidas y el entusiasmo desplegado llevó incluso a considerar las célebres caceroladas como una forma de protesta progresista, cuando en realidad el método fue “inventado” por las derechas chilenas en los prolegómenos del golpe de Estado de Pinochet. Pero valga lo sucedido como expresión de una vez en que los ciudadanos dijeron a sus gobiernos no sólo que no les mintieran, sino que la democracia no es una patente de corso que más o menos se renueva cada cuatro años.
En Irak la cosa no sigue igual, sino peor. Los más negros presagios sobre la desintegración fàctica del país y el inicio de una guerra civil se han ido cumpliendo con la precisión de un reloj. En la primera Guerra del Golfo, los Estados Unidos (y el padre del actual presidente por más señas) renunciaron a marchar hasta Bagdad, tras liberar Kuwait, para evitar, y ahorrarse, lo que ahora, quince años después, está ocurriendo. Sin embargo, la sed de petróleo (y el beneficio de determinados negocios sospechosamente emparentados con el gobierno de Bush hijo) pudo más esta vez. Mientras el precio lo paguen otros...
En cambio, nada de lo que nos dijeron para justificar la invasión se ha cumplido o demostrado. Lo de las armas de destrucción masiva pasó hace tiempo a la categoría de mal chiste. El derrocamiento de Sadam Hussein, argumento subsiguiente en la lista despropósitos, ha llevado a lo que ha llevado. Ahora resulta que la aborrecible tiranía era lo único que mantenía una mínima cohesión en el país. La lucha contra el terrorismo, finalmente, se desmiente a sí misma y basta con ver el “parte de guerra” diario para constatarlo.
No hablamos del caso de España porque nos hemos referido a él en numerosas ocasiones y nuestra opinión es bien conocida. Sólo apuntaremos que tuvieron que morir 17 militares españoles en Afganistán para que nos acordaramos de que seguimos por aquellos andurriales, en una situación que resulta difícil de calificar, porque quien sepa qué ocurre que nos lo cuente, pero que ilustra los peligros de los escenarios difusos y nebulosos, a los que nos referiremos unas líneas más adelante.
Por lo que respecta a la lucha contra el terrorismo sólo aportaremos alguna idea puntual más. El uso de la fuerza militar, e incluso la invasión de Estados, puede repugnar al concepto que teníamos muchos de que a los terroristas hay que perseguirles con la policía y los tribunales. Pero el invento es plenamente coherente con las opiniones que se empezaron a forjar hacia finales de la guerra fría en los sectores ideológicos más conservadores de Estados Unidos.
Cuando la Unión Soviética dejó de ser un oponente serio de Occidente, hubo quien apuntó al terrorismo como nuevo enemigo. En honor a la verdad hay que decir que tal planteamiento surgió de algunos “ideólogos” de esos que contra algo viven mejor y de los conglomerados económicos que, sin carrera de armamentos, se quedaban sin negocio. Para tan sospechosos “pensadores”, el terrorismo era un enemigo que habría de ser combatido con los instrumentos propios de la guerra, dado que un acto de terrorismo, al menos a cierta escala, podía ser considerado un acto de guerra. El 11-S fue la prueba del algodón para este planteamiento. No les faltaba completamente la razón: el asesinato de cerca de 3.000 personas de un solo golpe permite al menos discutir si se trata de un acto delictivo (sea cual sea su disfraz) o de un auténtico acto de guerra.
El problema sigue siendo como responder con mecanismos de guerra tradicional cuando el enemigo tiene las características que se quiera, pero no las propias de la guerra tradicional. ¿Dónde están las divisiones blindadas, los soldados uniformados o la aviación de Bin Laden? Para esto también tenían respuesta los inspiradores de esta nueva filosofía. Si no se puede atacar con la fuerza militar tradicional a un enemigo difuso y difícil de encontrar, sí pueden ser atacados los estados que amparen o patrocinen a los terroristas. Dichos estados ofrecen blanco, por decirlo en la terminología militar del siglo XVII. Es decir, permiten dirigir contra algo concreto tanto bombas inteligentes como bombas tontas, amén de toda la parafernalia de un arsenal moderno. La cuestión estriba, claro, en que la línea se vuelve muy delgada y el terrorismo puede acabar siendo la excusa para hincarle el diente a un país apetecible por los motivos que sea.
Todo ello, a estas alturas, puede vestirse de la forma que se quiera. Estos días hemos tenido un ejemplo de dicha dialéctica. Decía Donald Rumfsfeld, secretario de Defensa de Estados Unidos que marcharse de Irak sería como haber entregado Alemania a los nazis. Sólo podemos decir que la analogía es sumemente desafortunada, ya que se supone que el actual gobierno iraquí es el principal aliado a pie de obra de los Estados Unidos. Pero ilustra por donde van realmente los tiros. Hay quien está dispuesto a hacer y a decir lo que haga falta para que todo siga igual. Agotadas las supuestas razones, falsas por otra parte, sólo queda la palabrería y una propaganda cada dia más digna de esos nazis a los que Rumfsfeld no hubiera querido regalar Alemania.
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