dijous, d’abril 22, 2010

Sociedades tecnológicas vulnerables

Un simple volcán, como lo calificó un diario madrileño, ha puesto en jaque el tráfico aéreo mundial, singularmente el europeo, durante más de una semana. El caso no es anecdótico en absoluto, ya que pone de manifiesto la extrema vulnerabilidad de unas sociedades modernas basadas cada día más en los avances tecnológicos.

Hay que reconocer que lo de las cenizas del volcán tiene su punto exótico. Pero el mal está muy extendido y basta con pararse a pensar en unos pocos ejemplos para darse cuenta de ello.

Basamos nuestra economía en producir donde sea barato (y consumir en cualquier otra parte), pero un temporal puede cortar el tráfico de unas autopistas y carreteras convertidas en arterias vitales para que todo funcione. Contamos con todo tipo de comodidades en nuestras casas, pero un corte de fluido eléctrico las convierte en cachivaches inútiles. Hemos creado sistemas de transporte que nos permiten ir prácticamente a todas partes, pero una huelga de un colectivo minoritario nos deja colgados en el rincón de mundo más inoportuno.

Hay paradojas sorprendentes de verdad. La informatización y automatización de algunos servicios se supone que debía servir para no depender del factor humano. Pero entonces estamos en manos de unos pocos técnicos que gestionan dichos sistemas. No es necesario que se declaren en huelga. Basta con unos cuantos casos de gripe.

Tenemos una dependencia absoluta de los subministros energéticos y de los conflictos laborales. Sin embargo, episodios como el del volcán islandés nos recuerda que también estamos en precario ante fenómenos naturales. Es muy dudoso que nuestra imprevisión ante tales situaciones se deba a la ignorancia. Más bien se debe a una idea algo difusa de que la excepcionalidad de determinadas circunstancias hace que resulte carísimo prevenirlas, o preferible atajarlas (mal, pero atajarlas) el día que se producen.

Pero si alguna lección cabe sacar de cuestiones como el cambio climático es que que lo que antes pasaba muy de tanto en tanto, ahora puede ocurrir en cualquier momento y con bastante frecuencia. Naturalmente, este planteamiento no puede obviar que existe una falta de inversión en las redes de las que tanto dependemos, que explica mucho más que el mal tiempo y otras zarandajas lo que realmente ocurre.

diumenge, d’abril 11, 2010

Borrachera para hoy, hambre para mañana

Unas multitudinarias fiestas “universitarias” en Salou y en Lloret ha puesto en crisis todos los buenos propósitos sobre los nuevos modelos turísticos con los que el sector debía ponerse al día. A la hora de la verdad, resulta que no le hacemos ascos al dinero que deja el turismo de borrachera. Y menos, al parecer, en tiempos de crisis.

Otra cosa es que queramos justificar el despropósito con toda la florida retórica que se nos ocurra. Estos días hemos leido incluso que las juergas que se corrían dichos “universitarios”, y lo que dan de hablar, eran una magnífica campaña publicitaria, de esas que no se pueden pagar con dinero. Tal aserto se basa en la idea de que nuestra industria turística es la que es, al menos de momento y por lo que parece para tiempo, y que necesita este tipo de eventos. ¿Qué mejor, pues, que darles la mejor respuesta posible para continuar atrayéndolos?

Hay otra forma de decirlo, claro. Un sector probablemente sobredimensionado sólo puede sobrevivir a base de captar públicos masivos y, si es necesario, de rebentar precios. Se trata de un círculo vicioso. Hoteles de dos o tres estrellas, con 500, 600 o 700 habitaciones y sin mayor atractivo que la playa y la sangría, sólo son viables a bajo coste. A la vez, con esa estructura de negocio hay que acceptar la cantidad y casi siempre reducir la calidad.

Es la misma cuerda que ata al sector a los grandes tour-operadores. Estos inmensos intermediarios imponen precios gracias a su capacidad de contratación. Una capacidad que les permite incluso fomentar unos destinos en detrimento de otros. Es muy posible que a los hoteleros, sobre todo a los del ejemplo del párrafo anterior, no les guste depender absolutamente de los tour-operadores. Pero sin ellos no van a ninguna parte.

El negocio funciona así y no querer cambiarlo no autoriza a justificaciones delirantes, incluidas en las que caen en el más absoluto de los ridículos. La publicidad del Saloufest (así se llamaba el acontecimiento) vendía deporte de día y “autodestrucción de noche”. Entre los supuestos deportes, había campeonatos de bebedores de sangría, uno de ellos bajo el agua. En todo caso, basta con ver las fotos de los festejos publicadas en los medios de comunicación. Que se trate de estudiantes universitarios sólo pone de manifiesto cual debe ser el nivel de las universidades que acogen a tales energúmenos (y la estupidez del autor del alegato), no la bondad del producto turístico.

Naturalmente, podría ser que el turismo de juerga fuera compatible con otros productos más sosegados. Pero si es así, no lo parece. Es más, la sensación que acaba transmitiéndose  es que las denominaciones de destino de turismo familiar, y otras marcas similares, son meras cortinas para tapar vergüenzas.

El sector turístico acusa la crisis, es verdad. Una parte muy importante de la economía y del empleo depende de su éxito, también es verdad. Pero que en nombre de tan nobles propósitos acabe colando cualquier cosa es un síntoma preocupante. La reconversión de este turismo mochilero y barato no es fácil, pero hay que recordar que se basa en un público de muy escasa fidelización, que el verano próximo se largará a otra parte donde tengan la sagacidad de vender la cerveza más barata. Admitiendo incluso que el ajuste puede ser duro, estamos ante una cuestión de opciones. La borrachera de hoy será sed para mañana.