Las subidas del petróleo de los últimos tiempos han puesto otra vez sobre el tapete la supuesta alternativa que representa la energía nuclear. Bien, ha sido la propia industria eléctrica quien se ha ofrecido como fuente energética más barata y menos dependiente. Son razones de peso que, sin embargo, no consiguen ocultar los serios inconvenientes que hacen que la alternativa deba adjetivarse como supuesta.
La industria nuclear no nos miente en esto. El precio de su kilovatio es el más económico que existe. Ni siquiera la elevadísima inversión que representa la construcción de una central nuclear altera este dato. Para que nos hagamos una idea de las magnitudes en que nos movemos, un kilovatio de origen nuclear tiene un coste cuatro veces inferior a uno producido mediante la quema de combustibles fósiles. Y en términos puros de “rendimiento”, sin duda una nuclear lanza muchos más kilovatios a la red eléctrica que un huerto solar o un parque eólico.
También es verdad que la energía nuclear tiene un grado de dependencia respecto a las materias primas inferior a la del petróleo o el gas natural. España produce uranio y a donde no llegan las minas situadas en Salamanca llegan los acuerdos con países que son nuestros aliados y cuya estabilidad política está fuera de duda, aunque no sean ellos mismos productores.
Pero la industria nuclear no nos lo cuenta todo, como cualquier persona es capaz de detectar a simple vista. Existen problemas de seguridad y de residuos que cabe situar con toda justicia en el platillo opuesto de la balanza. Problemas que no son meramente nominales y que, en el mejor de los casos, significan acogerse a la irresponsable filosofía del pan para hoy y hambre para mañana.
Poco puede añadirse a la confianza que inspiran en este momento las centrales nucleares españolas. Los episodios ocurridos en el último año serían un sainete si no hubieran sido tan graves. Escribimos en su día que el episodio de la ocultación de una fuga de partículas radioactivas en Ascó era de república bananera, pero que lo de las escuelas visitando la central como si nada hubiera pasado, era la peor campañana publicitaria posible para esta industria. Anteponiendo el beneficio a la seguridad, las eléctricas demostraron que lo realmente alarmante no es que las nucleares estén en manos de personas incompetentes, sino que estén en manos de irresponsables peligrosos.
Nada ha ocurrido desde entonces que nos haga cambiar de opinión, sino más bien todo lo contrario. La reiteración de incidentes en las centrales puede que se deba simplemente a la creciente “edad” de las instalaciones, que comienzan a acercarse al límite de la vida operativa para el que fueron construidas. Pero que haya una explicación no quiere decir que vayamos a recuperar la confianza de golpe y menos si se trata de una explicación tan "tranquilizadora" como "ya se sabe, las pobres se están haciendo viejas". El daño que la industria nuclear ha infligido a su propia credibilidad es demasiado grande.
Sin embargo, no es la seguridad el único inconveniente mayor relacionado con la energía nuclear. Existe un problema de residuos que no resulta fácil de catalogar, pero que no puede ser más preocupante. Si decimos que no es fácil de catalogar, no es porque no entrañe riesgo alguno, que va. Lo decimos porque habiendo dos posibilidades, a cual peor, no es sencillo elegir.
Los residuos radioactivos son peligrosos por sí mismos. No nos engañemos en esto. ¿Por qué creen que nadie los quiere, ni siquiera los municipios que albergan centrales nucleares, que ya los almacenan en la práctica y que se supone, por tnato, que ya están acostumbrados al asunto? ¿Por qué son inofensivos?
Pero un problema grave siempre es susceptible de empeorar. Los residuos radioactivos tienen una vida dilatadísima, más que la de cualquier otro residuo. Ciertamente algunos dejan de ser peligrosos pasados unos 25 años. Pero los más contaminados tardarán unos 100.000 años. Algunos incluso 200.000. No se trata de cálculos a la ligera pergeñados por ecologistas con ganas de meternos miedo en el cuerpo, sino de una evidencia científica que no se atreven a desmentir ni siquiera quienes niegan la existencia del cambio climático o, si les da por ahí, la teoría de la evolución de las especies. La radioactividad de dichos residuos se “degrada” a un ritmo constante y por eso puede calcularse con notable exactitud cuánto tiempo tardará en desaparecer completamente.
100.000 o 200.000 años son a todas luces una hipoteca para las generaciones venideras. Aunque los residuos no fueran demasiado peligrosos, su pervivencia durante tales períodos es un legado indeseable. Nos dicen que esos residuos pueden guardarse con seguridad y además todo el tiempo que haga falta. Pero la credibilidad de la industria nuclear, como decíamos al principio, no pasa por su mejor momento. Con independencia de si las nucleares constituyen o no una solución, las decisiones cuyos efectos van a tener tan largo recorrido deberían ser bien estudiadas y no tomarlas por una necesidad coyuntural.
1 comentari:
Hoy, en el "Telenotícies" de TV3 han informado que se está investigando sobre la fusión nuclear (unir dos àtomos). Parece ser que és el metodo que, naturalmente, se efectua en las estrellas i soles que conocemos. Puede aplicarse a bastantes elementos que tenemos en cantidad y próximos a nosotros (oxígeno, nitrógeno, hidrógeno). El centro de coordinación del estudio está en Barcelona (de ahí la noticia). Segun parece, no deja residuos ni es peligrosa en su fabricación. Parece la panacea...veremos su evolución.
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