dissabte, de desembre 20, 2008

Es cuestión de economía, no de tocinería

El balance de 2008 no puede ser más descorazonador. No por la crisis desatada, que ya es bastante mal asunto, sino por la constatación de que lo peor aún está por venir. Pero sobre todo porque la crisis está siendo usada como el cerdo, del que, como es sabido, se aprovecha todo. El dramatismo con que se nos está vendiendo la mala situación, y los aciagos pronósticos sobre el futuro inmediato, parecen cada vez más una excusa para justificar medidas impopulares.

Hay voces que reclaman la necesidad de una purga en el sistema. Es verdad, hay cargas que deben ser aligeradas. No tanto para remontar el desastre actual, como para intentar que ciertas cosas no se repitan en el futuro. Pero parece que esa purga nada tiene que ver con los principales responsables (no únicos, pero principales) del embrollo. No, la fórmula es la de siempre: despidos masivos, bajada de salarios... Es decir, un retroceso generalizado para quienes han pagado todas las crisis desde la noche de los tiempos.

Naturalmente, si alguien propone que los muchísimos delitos cometidos en la euforia que vivimos hasta hace unos meses tengan la lógica repercusión penal, le sueltan que no haga demagogia peligrosa. Que eso, en el mejor de los casos, empeoraría las cosas. Porque si a los bancos y a las grandes empresas les entra el pánico porque la palabra cárcel aparezca en su horizonte, se cerrarán todavía más sobre sí mismos. Como si los grandes banqueros acabaran entre rejas como cosa de cada día.

La realidad es que la cárcel no es, ciertamente, la solución a la crisis. Sin embargo, las responsabilidades deberían repartirse en proporción no sólo a las maldades cometidas, sino también al beneficio obtenido de ellas. Quienes aceptaron una hipoteca basura a sabiendas que no la podrían pagar no son inocentes. Pero lo son todavía menos quienes prestaron ese dinero a espuertas, plenamente conscientes de lo que iba a ocurrir, para obtener unos resultados ficticios, aunque muy beneficiosos de hoy para mañana.

¿Cual ha sido la respuesta que los gobiernos de medio mundo han dado a esta cuestión? Dinero a manos llenas para quienes antes lo tiraron al mar (aunque quedándose una buena tajada). Sacrificios y demandas de resignación para el resto de la Humanidad. Como siempre. Por eso resultaban tan ridículas pretensiones como la de refundar el capitalismo, que cumplido su objetivo de animar los titulares de prensa durante una quincena, se ha desvanecido ya en el espacio exterior. Mal se va a refundar algo con las mismas bases y métodos que ocasionaron la necesidad de refundación. Pero sorprendre el desparpajo con que nos querían convencer.

Al final se recurre únicamente al miedo, bajo la fórmula-trampa de los males mayores, porque la quiebra moral impide cualquier otro curso de acción. La situación es mala, pero se ha gestionado peor. Cuando se trata de pedir sacrificios hay que comenzar por decir la verdad. ¿Qué autoridad se tiene si no? Y sobre todo hay que evitar ejemplos contraproducentes, por mucho que se puedan racionalizar.

El auténtico propósito de enmienda del sector financiero quedó acreditado en el Reino Unido, como ya comentamos aquí. El gobierno quiso nacionalizar a los cuatro principales bancos, cansado de tirar dinero a un pozo sin fondo. Lo consiguió sólo en dos casos. Cuando citó a los cuatro directores para despedirlos, el primero y el segundo fueron cogidos por sorpresa, pero el tercero y el cuarto comunicaron que sus entidades ya no necesitaban la ayuda del Estado y que ya encontrarían otra solución.

Que la vanidad o el privilegio personal pueda ser el motor de cualquier cosa ya es bastante grave. Pero algo malo siempre es susceptible de empeorar. Convencida seguramente de que trata con personas tontas, una multinacional de la electrónica propone bajar sueldos para evitar tener que despedir a sus empleados en Catalunya. Aceptado el mal menor, el siguiente paso es anunciar que, pese a todo, habrá despidos. No se trata solamente de una grave falta de respeto a las autoridades que negociaron el acuerdo, que obviamente pintan más bien poco, sino de un insulto clamaroso a la inteligencia.

Nos queda una duda triple. Si empresas como estas aprovechan la crisis para deslocalizar con el pretexto de que ellas ya han hecho todo lo que podían; para sacarnos ventajas urbanísticas o subvenciones directas, como las que a fin de cuenta tuvieron frecuentemente al instalarse aquí; o para hacer retroceder un siglo el reloj. Tocinería fina, por lo que se ve, dado que lo que queda en claro es que se trata de aprovecharlo todo de la crisis, ya que si no es para una cosa, será para la otra.

Mientras tanto, en Estados Unidos dos terceras partes de la ayuda estatal para salvar bancos se ha destinado al pago de dividendos. Podría racionalizarse que si los inversores huyen ante la falta de beneficio, las empresas se descapitalizarán todavía más. Pero también podemos preguntarnos si ocurriría algo tan grave si los grandes especuladores de los mercados se quedaran sin cobrar el cupón durante un año. ¿Tal vez deberían esperar unos meses para cambiarse el yate? Parece demagogia, claro, pero tal vez la demagogia está en los hechos: los pequeños ahorradores que se embarcaron en la Bolsa, animados y pésimamente aconsejados por sus propias entidades, no se pueden plantear ni siquiera la opción por haberse quedado ya por el camino.

Lo que decimos tampoco es tan extraño. En España se comenzó anunciado medidas que se decía que la banca no necesitaba (sólo para generar confianza). Resultó que sí que hacían falta, pero no se dio publicidad al nombre de lo s necesitados (para no generar desconfianza). El dinero ha cambiado de manos (de las nuestras a las suyas), pero debemos continuar igual de desconfiados, ya que el grifo del crédito sigue cerrado a cal y canto. Eso sí, las entidades continúan anunciando beneficios récord. Y lo hacen sin rubor, ya que puede que crean que exhibir músculo inspira confianza. Maldita palabreja.

En definitiva, si no estamos ante un ejercicio de charcutería es que lo refundado es un capitalismo a la soviética, que si no sonrojara tanto nos haría levantar incluso una leve sonrisa.