Un año después de su segunda victoria electoral, el presidente del Gobierno pasea como ánima en pena por un complicado laberinto. Es evidente que la crisis económica no ayuda a la tranquilidad política en ninguna parte del mundo. Pero también es verdad que la errática andadura de Zapatero le ha enajenado los apoyos que necesita imperiosamente para hacer frente a la situación. ¿Una victoria dilapidada? Si, sin ninguna duda. El problema es que las consecuencias no son sólo políticas.
Los socialistas ganaron las elecciones a caballo de los últimos coletazos de la bonanza económica. Los nubarrones acechaban amenazadores en el horizonte, pese al legendario empecinamiento de Zapatero para negar la crisis, sólo corregido muy tarde. Un año después, la crisis que no existía se ha vuelto descarnada: un PIB que navegaba varios puntos por encima del de las locomotoras económicas mundiales se ha trocado en una recesión sin fecha de caducidad; el superávit del Estado, en un creciente déficit, y el paro, en un drama.
La crisis ha arrollado a Zapatero. Hay que decirlo así de claro. Su falta de liderazgo en las cuestiones que no hacen bonito, ha acabado por pasarle factura. En algunos momentos difíciles del pasado mandato tuvo la suerte de contar con ministros veteranos, como Solbes o Rubalcaba, que apuntalaron la situación. Pero hoy Solbes está en la cuerda floja. A falta de otros recursos, a Zapatero sólo le queda el cambio de cromos en la composición del Gobierno. Pero aunque algunos integrantes de dicho Ejecutivo están quemados prácticamente desde el mismo día en que su nombramiento apareció en el BOE, no es un problema meramente de caras.
La obsesión de Zapatero por pasar a la historia como una buena persona le aboca al inmovilismo. Un buen ejemplo de ello es su temor a una huelga general, que le ha llevado a descartar reformas estructurales sin el acuerdo de sindicatos y patronal. Si en algún momento era necesario un acto de autoridad o de liderazgo del Gobierno, es este sin ningún lugar a dudas. Zapatero ha bloqueado su política económica y social y no es serio que lo haya hecho meramente para poder ser el primer presidente del Gobierno que se va a casa sin que “le hagan” una huelga general.
Pero no es ese el único frente convertido en un callejón sin salida. A fecha de hoy, Zapatero no tiene asegurado poder aprobar los próximos presupuestos generales del Estado. A base de engatusar a unos y a otros y de repartir sonrisas, el líder socialista se ha quedado solo en el Parlamento. Convencido de que las buenas palabras le bastaron para trampear su primer mandato, no se ha dado cuenta, puede que hasta ahora, de que, como decíamos la semana pasada, en el mostrador de la política ya no se le fía.
Las elecciones vascas y gallegas del pasado 1 de marzo han complicado todavía más el puzzle. Aunque entraba dentro de lo esperable la pérdida de la Xunta ha sido dolorosa. Pero el endiablado resultado en Euskadi deja a Zapatero contra las cuerdas. Necesita los votos del PNV en el Congreso como agua de mayo, pero, aparte la presión del socialismo vasco, no quiere afrontar la previsible ofensiva de tono “españolista” del PP si cede Ajuria Enea a los nacionalistas vascos.
A Zapatero se le estrecha hasta la asfixia el margen de maniobra. Pero el auténtico problema es que quiere seguir haciendo juegos de manos con sus apoyos, en lugar de hacer opciones claras. Incluso la de buscar un pacto de Estado con el PP, difícil pero no imposible. También puede que todavía haya algún conejo por sacar de la chistera. En todo caso, la prórroga de los presupuestos no da para acabar la legislatura completa, pese a las voces socialistas que proclaman que hay que aguantar como sea porque esto pasará.
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