La grave crisis financiera ha puesto sobre el tapete el papel de las cajas de ahorros en el actual panorama financiero. Hay que aclarar que no todas las críticas que se vierten sobre ellas son desinteresadas. Pero también hay que decir que parte de sus problemas vienen de jugar a lo que se supone que no son.
Frecuentemente nos referimos a las cajas de ahorro como un modelo de capitalismo popular. Como una especie de alternativa, de base casi altruista, a la banca clásica. Pero se trata de un espejismo en parte irreal. Puede que las “building societies” que aparecieron durante el siglo XIX en el norte de Inglaterra para socializar el acceso a la vivienda, y que funcionaban como auténticas cooperativas de crédito en las que los préstamos se concedían por sorteo, respondieran a esa idea. Pero el modelo se pervirtió muy pronto, al dar entrada a socios que aportaban capital a cambio de un interés.
En Catalunya la historia se explica a veces de forma muy parecida. Es verdad que las primeras cajas catalanas, como las mutuas y otras entidades de solidaridad cooperativa, nacieron para suplir las insuficiencias del Estado en temas como las pensiones o la sanidad. Pero hay que plantearse si su base era tan popular como puede pensarse.
Es evidente que las “building societies” no las crearon los obreros de a pie. Lo que ocurre es que las cajas catalanas de fundación privada fueron creadas directamente por el establishment económico de la época. Y cabe imaginar que, en parte, su intención era también conseguir líneas alternativas de financiación, dado que la prolongada tradición comercial catalana no siempre ha ido acompañada por una tradición financiera, al menos por una tradición financiera de éxito: la capacidad negociadora que se atribuye al carácter catalán ha tenido históricamente efectos paradójicos como éste. Insuficiencias políticas a parte, cuando uno es capaz de conseguir dinero de debajo de las piedras, removiendo Roma con Santiago si resulta necesario, acaba no teniendo bancos propios.
Del hecho de que las cajas catalanas de fundación privada respondían a esa derivada del modelo dejan testimonio las razones sociales de las entidades fundadoras. Unas entidades, por cierto, a veces fantasmales, pero que son mantenidas en pie porque su carácter fundador les confiere asientos en órganos rectores que hoy en día manejan montañas de dinero.
La historia de las cajas catalanas tiene un segundo modelo: las entidades de fundación pública. Aparecidas más tarde, cuando el Estado ya se había hecho cargo de muchas prestaciones sociales, su justificación fue el apoyo a la iniciativa local, frecuentemente postergada, por poco rentable, por la gran banca. Esta filosofía, como en el caso anterior, no es en absoluto incorrecta. Otra cosa es que, con el devenir del tiempo, haya derivado hacia un control político o hacia riesgos, como una excesiva exposición al ladrillo, que no tan sólo son indeseables, sino también la raíz de los actuales problemas.
En definitiva, como con tantas cosas de la vida, el problema no es la fórmula original, sino su uso. Por eso mismo, las fusiones en ciernes tienen tantos elementos positivos como negativos. Positivos, porque la escala significa fortaleza. Negativos, porque por el camino se perderán objetivos locales que, pese a los muchos pecados cometidos, seguían siendo válidos.
Naturalmente, sería mucho mejor abordar procesos de integración desde la tranquilidad, en lugar de hacerlo bajo el apremio de la crisis. Y siempre nos quedará la duda, más allá de consideraciones sobre la necesidad y la virtud, de si tales proyectos surgen ahora porque serán “calentados” con el dinero del fondo de reestructuraciones bancarias aprobado por el Gobierno. Está claro que hay problemas. La experiencia demuestra que nadie abandona de grado una poltrona de lujo. Y no pocas cajas son una especie de virreinato o feudo. Pero mucho nos tememos que también se aplicará aquí la filosofía del cerdo (aprovecharlo todo) de la que se está echando mando en tantos aspectos de la presente crisis.
1 comentari:
La evolución de las cajas de ahorro españolas, en general, de las catalanas, en particular, ha sido, en su mayoria, meteórico. En los últimos 20 años, gran parte de esas entidades ha apostado por una expansión general, en pocos casos equilibrada; sin la suficiente consistència empresarial i destinada, mayormente, ha ocupar un lugar en el que no pudiera "aparcar otro".
Esta expansión no solo debe leerse como territorial o geográfica sinó como una apertura hacia nuevos horizontes de negocio. Esta decisión, en pocos casos, ha sido diseñada por verdaderos profesionales pués las cajas de ahorro nunca habian pisado estos terrenos cenagosos. El deseo -más que la necesidad- de adoptar la mal llamada "gestión global"; o sea, la totalidad de los productos vinculados a la economia financiera han llevado a los máximos dirigentes de estas entidades a disfrazarse de meros jugadores de "monopoly". Ante los primeros disgustos serios -entiéndase inversiones deficitàrias- se corrió ha encontrar gestores especializados en seguros, fondos de inversión, pensión, sociedades de inversión colectiva, rentings, leasings y todo lo que, por su nombre de raiz anglosajona, pudieran significar movimiento dinerario. Este efecto ha permitido que los "stafs" directivos de las cajas sean verdaderos agujeros negros donde se escurren millones de euros en sueldos, premios i aportaciones a fondos privados. Muchos de esos "seres superiores" obtienen un sueldo superior a cualquier director general de una multinacional o de muchos presidentes de gobierno.
Cabe tener en cuenta también, el cambio forzado sobre el inversor en las preferèncias de negocio. Esté apartado, por sí solo, daria para cinco o seis tomos.
El saneamiento y fondo de previsión a que, estas entidades, han destinado gran parte de sus beneficios reguladas por el Banco de España ha encubierto la verdadera "función social" a que las cajas estaban destinadas segun su naturaleza original. Así pues, podemos apreciar en sus cuentas de resultados como el apartado de Obra Social representa un porcentaje discretísimo.
Vista la situación actual del entorno financiero y de su red operativa las fusiones parecen, no ya una opción seria sinó, para muchas de esas entidades, una necesidad acuciante. ¿Cual es, pues, el motivo por el que deba tratarse con tanto hermetismo estos movimientos? Uno y tan solo uno: el número de sillas que formarán los nuevos "stafs" y las respectivas posaderas que los ocuparan.
Otro apartado serà la recuperación por las entidades de las llamadas cuotas participativas o el sentido que adoptarán ese papel con poso político en estas nuevas macroentidades. Considérese que podria darse el caso de que una parte de las posibilidades financieras de esas entidades estuvieran en manos de particulares o de "no tan particulares", según se mire.
En fin, veremos movimientos: unos, sutiles; otros, chapuceros; codazos y puntapies. Esperemos que muchos de estos "profesionales" -capaces de arruinar lo más solvente del sistema económico- inícien el camino hacia la oficina de colocación más cercana. Siempre saldran más baratos cobrando el subsidio de paro que al mando de la nave financiera más discreta que, al fin y al cabo, acabamos pagando entre todos los ciudadanos.
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