Duele volver sobre lo mismo, pero el desastre empeorado de Cercanías de Renfe obliga a plantearse muchas cosas. A preguntarse, por ejemplo, qué fue de aquel plan de choque que hace sólo cuatro meses iba a resolverlo todo. O porqué el servicio de Cercanías funciona bien en todas partes, excepto en Barcelona, donde se cae a pedazos.
Esta misma semana se han batido todos los récords de despropósitos. El promedio de cerca de dos averías graves por semana era incluso un agradable recuerdo del pasado, al haberse convertido en un promedio diario. Conste que en este baremo no se contabilizan los retrasos normales y el mal servicio que son el pan de cada día para los usuarios.
Por si faltaba algo, el miércoles pasado el sainete incorporó al sabotaje como nuevo protagonista. Dos de los incendios que se declararon en diferentes puntos de la red fueron provocados. El tercer fuego fue debido a trabajos realizados por una empresa subcontratada, lo que no es mucha novedad en el despropósito en que se ha convertido todo este asunto.
Lamentablemente, no se puede asegurar que el tema haya tocado fondo. Visto lo visto hasta el día de hoy, no se puede dar nada por descontado anticipadamente. Ello es así porque la historia de las obras del AVE es esencialmente falsa. Ciertamente, dichas obras se están haciendo con los pies, no en el sentido de la calidad final sino en el del método, con cadenas sin fin de subcontratación. Pero el problema real es que las excavadoras del AVE se cargan las catenarias de Cercanías porque a éstas les basta con un soplido de un niño de cuatro años para caerse a pedazos.
La inversión en mantenimiento en la red de Cercanías de Barcelona es irrisoria, por no decir directamente inexistente, desde hace un buen número de años. Pero ese no es el único problema, ya que el mar de fondo viene de lejos. El servicio es el mismo, en cuanto a frecuencias de paso y capacidad de los trenes, que cuando se puso en marcha en 1991. Desde entonces, el número de usuarios se ha cuadriplicado. Los viajeros están hartos de ir apretados como sardinas y de sufrir reitarados retrasos, muchos de ellos debidos a la prolongación de las paradas a causa del elevado número de pasajeros que intenta subir al tren.
Pero los que se habían acostumbrado a llegar con veinte minutos fijos de retraso (en recorridos que raramente superan la hora), y habían acomodado sus horarios para salir media hora antes, se encuentran ahora con unas averías mucho más serias. Antes iban como sardinas y llegaban tarde, pero ahora ni siquiera pueden ir.
El famoso plan de choque anunciado por el ministerio de Fomento cuatro meses atrás ha quedado en agua de borrajas. Se ha situado en las estaciones a unos centenares de informadores, que hacen lo que pueden en medio del naufragio. Pero las vías no se arreglan en unos días, tras tantos años de abandono, ni un tren es algo que se pueda llevar uno puesto de la tienda. Sin embargo, hay un trecho entre eso y sacar trenes de rutas con menos pasajeros para trasladarlos a otras, que es la chapuza que se las ha ocurrido a las mentes pensantes de Renfe para minimizar no el problema, sino los titulares de prensa. No es lo mismo decir que 2.000 usuarios se han quedado tirados, que lo sean 50.000.
A todo esto, la ministra de Fomento sigue desaparecida. En noviembre pasado pareció tomar el toro por los cuernos. Pero la señora Álvarez se ha ido apagando a un ritmo parecido al de las medidas anunciadas, sobre las que ya dijimos que eran meros brindis al sol. En esta ocasión, han sido la vicepresidenta del Gobierno y el propio presidente quienes han dado la cara. Pero tan solo para pedir disculpas. Tenemos la impresión que Zapatero y compañía tienen bien aprendido el truco de pedir perdón: no compromete a nada, es gratis y encima te hace quedar como un señor. Bueno como un señor, no. Sólo hay que oir cómo los usuarios se acuerdan de las señoras madres de los responsables.
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