diumenge, de gener 18, 2009

Un temporal nos vuelve a dejar en evidencia


España ha vivido otro gran temporal de esos que lo colapsan todo. Casi todo lo que hemos comentado en parecidas ocasiones anteriores podría aplicarse de nuevo, para sonrojo de propios y extraños. Aunque algunas cosas van mejorando, casi al ritmo de los cambios geológicos, la imprevisión sigue siendo la norma en la octava potencia mundial. Y no olvidemos que, con nuestro actual modelo productivo-geográfico, tener paradas las vías de comunicación es equivalente a taponar las arterias de la economía.

Esta vez, lo ocurrido en Madrid ha conseguido superar esperpentos anteriores. No porque un temporal no pueda desatarse con mayor virulencia de la previsible. O por el consabido y eterno debate sobre las dimensiones de los medios y servicios de emergencia, que, o se quedan cortos ante un gran desastre, o permanecen ociosos (como por otra parte cabe desear) la mayor parte del tiempo.No. Es que las piedras que se han arrojado mutuamente meteorólogos y responsables de Protección Civil casi provocarían ternura, si no fueran tan ridículas.

Puede que los servicios de meteorología no actuaran correctamente. Leyendo su propio alegato en defensa de su actuación en las previsiones del temporal, pueden detectarse elementos para mantener el criterio de que su actuación fue mejorable: ni afinó al 100% ni anticipó con suficiente antelación lo que se venía encima.

Desde el otro lado, Protección Civil tiene razón cuando dice que Meteorología avisó tarde, pero el resto de sus argumentos son casi pueriles. ¿Tiene alguna significación que se predijeran cinco centímetros de nieve y que cayeran seis? Los benditos porcentajes consolarán, sin duda, a quien lo necesite.

La culpa de las desgracias raramente es única. Y cuando se trata de una catástrofe natural, resulta muy sencillo echarsela al cielo. Sin embargo, sucesos como éste y todos los anteriores demuestran que para que se líe realmente gorda tienen que fallar muchas cosas. Por descontado, cuando la situación no es tan excepcional ni anómala, o cuando el origen del problema es relativamente pequeño, la escala de los fallos y de las imprevisiones tiene que ser realmente seria.

La excepcionalidad de los sucesos meteorológicos es un argumento muy socorrido que sirve para vestir cualquier santo. Madrid no está en los trópicos y no es la primera vez, ni será la última, en que nieve con parecida o superior intesidad. En cualquier caso, que la excepción es un pretexto quedará demostrado si la próxima semana se produce otro temporal. Pasará exactamente lo mismo, o peor, y si los problemas son menores será por mera suerte.

¿Tiene arreglo este panorama? Aunque pueda parecer que no tenemos remedio, la realidad es que sí. No será al 100%, porque en el problema influyen factores culturales muy arraigados. Solo por citar dos: la idea de prevención no está interiorizada por nadie y cierto carácter ácrata, fruto en parte, pero sólo en parte, de la historia reciente, hace difícil que se respete a la autoridad y que ésta tome decisiones difíciles.

No deberíamos tampoco ignorar que tal vez depositamos unas expectativas exageradas en la predicción del tiempo que, pese a sus muchos avances, no es una ciencia exacta. Que caigan seis centímetros de nieve en lugar de cinco es una excusa muy pobre, como decíamos unos párrafos atrás. Pero también cabe preguntarse porque somos a veces tan esclavos de dichos pronósticos. Para lo bueno y para lo malo, porque si algo revela lo ocurrido estos últimos días es que, tal a vez a falta de otras virtudes, nos aferramos a los datos sin el mínimo de flexibilidad imprescindible.

No es que atenerse al manual sea mal asunto en un país que nunca se atiene a ellos. Y comprender el concepto en el marco de un temporal de invierno no es fácil. Pero tomemos otro ejemplo que ilustra con vigor esta especie de péndulo que nos hace pasar del Viva la Virgen a la obsesión por la norma.

¿Se acuerdan de la sequía de hace unos meses en Catalunya? Afortunadamente, pasó y hoy los embalses están razonablemente llenos. Uno otoño con abundante lluvia y nieve ha dejado “resuelto” el problema para una buena temporada. Pero en Catalunya ha estado vigente hasta esta misma semana el decreto contra la sequía porque un pequeño embalse situado en un rincón perdido del mapa está por debajo del porcentaje señalado en esa norma. No es que ello sea grave, en realidad nos parece bien. El problema se pueso de manifiesto cuando el propio decreto quedó sin efecto automáticamente en los momentos más difíciles de la sequía porque cuatro gotas incrementaron en algunas décimas el aforo de los embalses. Con la que estaba cayendo (o más bien por la que no caía), hubo que correr a modificar una norma prisionera de un porcentaje.

¿Se entiende, verdad? Si el problema es que con cinco centimetros de nieve no movilizamos, y con seis sí, porque así está escrito en algún sitio, urge modificar el manual. O al menos no escudarse en él para justificar que no servirmos para nada más, o directamente para nada.