diumenge, de març 29, 2009

Seguridad, sí. Arbitrariedad, ya no tanto.


El turismo se está resintiendo de la crisis, pero menos lo que podría parecer. Los recientes tiempos de vacas gordas han asentado ciertos hábitos que el actual malestar económico reduce sin llegar a matar del todo. A veces la “caída” no llega al 10% y en momentos estratégicos se sigue colgando el cartel de lleno. Por eso, el sinsentido que padecen muchos usuarios del transporte aéreo, a cuenta de las pretendidas medidas de seguridad implantadas en 2006, sigue en plena forma.

El Parlamento europeo ha tomado algunas resoluciones bienintencionadas, pero de escaso efecto práctico. La Eurocámara ha recordado que no se puede aplicar ningún tipo de normativa a la que no se haya dado publicidad. Pero se trata de un argumento-trampa, ya que al parecer basta con publicarla en un boletín oficial para que la más enorme tontería cobre carta de naturaleza. El problema no está únicamente en que el secreto amparara las arbitrariedades. Está en que los procedimientos continúan siendo igual de arbitrarios por sí mismos y, aunque se comparta su necesidad, todo el mundo se da cuenta de que se aplican de un modo absolutamente “sui géneris”.

Hay que reconocer que una parte del problema es puramente estético. Porque ciertamente que a una madre la obliguen a tirar el contenido de los biberones de su bebé en el control de seguridad (lo que ocurre menos que al principio, pero sigue ocurriendo), mientras en el duty-free shop se pueden comprar sin problemas todo tipo de bebidas, incluidas las alcohólicas, no hace lo que se dice bonito. Y resulta muy fácil hacer una chanza sobre el mérito que tiene llenar con nitroglicerina un tubo de dentífrico sin que nos estalle en las manos.

Las autoridades nos dicen que este tipo de planteamiento es demagógico porque no tiene en cuenta todas las razones al caso. Y hay una parte de dicha argumentación que resulta razonable: ¿para qué queremos, por ejemplo, llevar con nosotros gel de baño si en la cabina del avión no hay ducha? Pero hay otra pregunta muy pertinente: ¿alguien se ha tomado la molestia de explicar razonablemente dichas razones, más allá de de pedirnos que las creamos a ciegas?

Un problema puede racionalizarse si se explica adecuadamente. Las personas normales no sufrimos estupidez y somos capaces de entender que un líquido que va del proveedor a la tienda del aeropuerto entraña mucho menos riesgo que uno que nos traemos desde casa, cuyo “recorrido” no está “controlado”. Explicado así hasta parece sencillo. En realidad, hasta somos capaces de entender que el 40% de los ingresos de un aeropuerto provienen de las tiendas que alquila en las terminales y que si eso faltara acabarían subiendo las tasas que gravan el billete. Pero como nadie se ha esforzado en dar una explicación tan correcta como fácil de comprender, muchísimos usuarios del transporte aéreo siguen preguntándose por qué están tan restringidos los líquidos, si en el mismo aeropuerto se pueden comprar a hectólitros cúbicos.

Y no se trata sólo de subir líquidos a los aviones, que es tal vez el aspecto más llamativo de la cuestión. Es que cualquiera pude darse cuenta de la arbitrariedad y poca claridad con que se llevan a cabo los controles de seguridad en los aeropuertos. Uno tiene que semidesnudarse o ser cacheado, a veces de forma que roza la indignidad, pero justo delante de nosotros hay quien pasa como si tal cosa, sin quitarse ni zapatos, ni cinturones... Y el detector de metales no suena, aunque lleve todo lo imaginable en los bolsillos, mientras a nosotros nos sigue “pitando” sin que podamos imaginar qué metal nos podría quedar encima.

Corremos el riesgo de caer de nuevo en la supuesta demagogia recurriendo al anecdotario que, dado el auge del transporte aéreo de los últimos quince años, daría para mucho. Pero las cosas como son. Las leyes deben obedecerse, pero una sociedad democrática no se basa solo en la imposición. También debe basarse en la convicción. No hay obligación que tenga más éxito que la que es compartida plenamente por quienes están concernidos. Pero para que dicha adhesión se produzca se necesita información clara y no ejemplos contraproducentes.