Las lluvias han puesto fin a la situación de máxima emergencia que se ha vivido en el área metropolitana de Barcelona en los últimos meses. La solución ha venido caida del cielo y nunca mejor dicho. Pero los aguaceros no han resuelto la sequía, sólo han permitido salir del berenjenal al gobierno central y al catalán.
Ambos ejecutivos se ahorran un buen número de problemas políticos al suspender la interconexión de redes que habían aprobado como solución a la desesperada. Zapatero se quita de encima el conflicto territorial que acechaba en el horizonte. El tripartito catalán, que en este episodio ha puesto en evidencia su fragilidad, puede que consiga superar una más que probable crisis y detener una movilización social como la que sus integrantes animaron contra el Plan Hidrológico Nacional de Aznar.
También hay que decir que las lluvias han salvado la cara a los políticos, pero sólo relativamente. La gestión de esta crisis no ha podido ser peor. Y eso que se trataba de una de las crisis más “deseables” que cabe esperar: la que contiene un elemento (los cinco millones de personas que supuestamente se iban a quedar sin augua) que permite justificar prácticamente cualquier decisión impopular.
Sin embargo, no sólo se ha dado una impresión de confusión (el vocablo catalán “desori” lo ilustraría mejor) francamente decepcionante. Es que se ha nutrido a la historia universal del despropósito con abundante material. Desde pedir la incorporación de un nuevo término al diccionario para evitar hablar de trasvases hasta la increible historia de unas estacas que, milagrosamente, caían del cielo junto al Segre para señalar una obra que nuuuuuunca jamás de los jamases había pasado por la mente de nuestros gobernantes.
Todo ello aderezado con escenas de sainete, como la de un gobierno que encargaba hasta a sus miembros ateos que le rezaran a la Virgen. Nos quedada la duda de si tan insólita medida se tomaba porrque la situación era tan grave que no se atrevían a contárnosla. En todo caso, bienvenida sea la intercesión de la Virgen si ese ha sido el caso.
Y bienvenidas sean las lluvias, y la posibilidad de una cierta tregua, para poder abordar soluciones más permanentes, sin las urgencias de una situación apremiante. Pero mucho habría que cambiar en la cultura política del país. A fin de cuentas a esta situación de emergencia no se ha llegado porque no lloviera, sino porque dejamos pudrir los problemas. En parte, porque aunque los problemas acaban estallando tarde o temprano, si le toca a otro mejor. En parte, porque una situación lo suficientemente podrida permite encubrir, más que justificar, decisiones impopulares.
Pero incluso con estos antecedentes cabe la posibilidad de hacer las cosas de otra forma. Es lo que intentaremos analizar en una próxima entrada.
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