dijous, de juny 19, 2008

Sequía: ¿y ahora qué? (2)

Retomamos la reflexión sobre lo que cabe hacer tras la sequía. Para retomar el hilo, diremos que las lluvias nos han regalado un margen que haríamos bien en aprovechar. Sin embargo, la triste conclusión, que prácticamente puede darse por hecha por anticipado, es que no la aprovecharemos para nada.

En el área metropolitana de Barcelona respiran aliviados porque las actuales reservas de los embalses dan para aguantar con mucha tranquilidad hasta la próxima primavera, cuando entrará en funcionamiento una nueva desaladora, que proporcionará el 20% del consumo en esa región. Pero es un error, uno de tantos, fiarlo todo a esta nueva instalación. Un error, además, característico del enfoque centralista con que se está tratando esta cuestión.

Los problemas de subministro no se limitan a Barcelona. Decenas de pueblos de Catalunya sufren restricciones o directamente deben recibir agua en cisternas, pero no tienen detrás cinco millones de votos o una imagen internacional. Por lo tanto, quienes dicen querer aprovechar este momento de gracia para resolver de una vez por todas el problema del agua, deberían hablar más globalmente si realmente buscan que la solución sea, como dicen, de una vez por todas.

La interconexión de redes para llevar agua del Ebro hasta Barcelona ha sido suspendida definitivamente por el gobierno de Zapatero. ¿Debería haberse llevado a cabo de todas formas? Ciertas voces han abogado por ello. Pero nosotros creemos que no. Era una solución de supuesta emergencia, y decimos supuesta porque, aunque decidida en un momento de gran apuro, tenia características de ser una medida fija. Vaya, de esas que ahora llamamos estructurales.

En este sentido, la tregua concedida por las lluvias debería hacernos ver la necesidad de optar por otros modelos de crecimiento. Barcelona es, sin duda, un motor para el país y como tal debe mimarse. Pero la macrocefalia siempre es un mal asunto. Y la mala planificación o el crecimiento sin ton ni son donde no existen recursos que lo sustenten, no lucen con mejor brillo.

No tiene sentido alguno que un gobierno deba tomar medidas de excepción para llevar agua a territorios que no la tienen y, a la vez, esté aprobando políticas urbanísticas expansionistas en esos mismos lugares. Si algún cambio de modelo debería imponerse, tras el susto de los últimos meses, debería ser ese. No se trata de trasladar el cemento, el tráfico y la contaminación hacia donde hay agua, sino de fijar un techo de crecimiento que nos permita seguir creando riqueza, pero que podamos asumir.

Lo mismo puede decirse del tan cacareado trasvase del Ródano. Se trata de un proyecto faraónico que, para algunos, representa la solución definitiva. El problema es que sigue apuntalando un modelo equivocado. Se trata, en definitiva, de un círculo vicioso: cuanta más agua se lleve a un sitio, más probable es que siga el crecimiento alocado, que tarde o temprano acabará requiriendo todavía más agua.

Por lo demás, en época de cambio climático como la actual, confiar en el Ródano porque en los Alpes nevará siempre, es ser un poco iluso. Si dentro de veinte años, los caudales del Ródano menguaran, como ya ha ocurrido en nuestros ríos, ¿cual creen que sería el primer grifo que se cerraría?

Los trasvases, se les llame como se les llame, con perversiones del diccionario incluidas, o vengan de donde vengan, no son la solución. Hay que empezar a trabajar en otras direcciones. Desalar y ahorrar, pero también reutilizar, son verbos que deberíamos comenzar a conjugar con mayor frecuencia. También términos como riego eficiente, uso de aguas grises, bancos de caudales... La llamada nueva cultura del agua no es un enunciado retórico, sino una serie de medidas combinadas para poder afrontar no situaciones de extrema emergencia, pero si una escasez generalizada y ya permanente.

Nos sorprendre lo poco que se habla de reparar o renovar las redes de distribución. Hay un dato que deja mudo de sorpresa a cualquiera. El agua que llega a los usuarios finales (sean urbanos, industriales o agrícolas) representa el 50% de la que entra por la cabecera de los embalses. Se puede criticar, con mucha razón, el despilfarro de ciertas fórmulas de regadío, pero esas tuberías anticuadas constituyen un derroche que debería avergonzarnos.

En otras ocasiones hemos cuestionado qué sentido tiene “fabricar” agua en las desaladoras, hacer trasvases o traer agua en barcos, cuando las redes de distribución, tanto las generales como las locales, son auténticos coladores. ¿Pretenden que dichas redes acaben de rebentar a base de inyectarles más y más agua?

También aquí hay material para la discusión aprovechando la pausa que nos han aportado las lluvias. ¿Cuántos kilómetros de tuberías podríamos reparar o sustituir con lo que costaría el trasvase del Ródano? ¿Cuántos miles de hectáreas pueden ponerse en regadío eficiente con el coste de un solo mes de barcos cisterna? Hay que echar cuentas, evidentemente. Pero también acordarse de las palabras del consejero catalán de Medio Ambiente, Francesc Baltasar, cuando estaba con el agua al cuello (aunque la metáfora parezca contradictoria). Dijo entonces Baltasar que, dado que la situación era gravísima, se haría lo que se tuviera que hacer, con el coste que tuviera y durante el tiempo que hiciera falta.

La situación ha dejado de ser dramática, es verdad, pero no deberíamos olvidar que el problema, disimulado por las lluvias y la recuperación de los embalses, sigue ahí y sigue siendo grave. Tal vez no haga falta extender nuevamente un cheque en blanco, pero si adoptar un parecido talante para resolver el problema y para hacerlo con soluciones de verdad.