dijous, de novembre 27, 2008

¿Nacionalismo económico a estas alturas?


La posible venta del 30% de Repsol a la petrolera rusa Lukoil ha puesto muchas vergüenzas al aire. No porque una empresa privada no pueda venderse a quien quiera comprarla, sino porque todos los participantes en la obra han quedado perfectamente retratados en sus miserias y contradicciones. En realidad, tan curioso es ponerle bandera al dinero como aceptar un supuesto favor poniendo tú el dinero.

Empezemos por los políticos. El Gobierno ha ido de vaivén en vaivén, como casi siempre que le toca bailar con la más fea. Inicialmente, pareció aprobar la operación, aunque con las habituales diferencias de un gobierno que, a veces, no se pone de acuerdo consigo mismo ni para tomar café. Pero tan pronto el PP sacó la bandera, Zapatero comenzó a modular el mensaje. Y cuando uno quiere conciliar imposibles le sale lo que le sale. Por ejemplo, ese “curioso” mix de que Repsol puede estar en manos de quien sea, siempre que los directivos sean españoles.

No ha lucido a mayor altura el PP. Que el partido que privatizó la mayoría de grandes empresas públicas españolas ahora se rasgue las vestiduras porque esas compañías completamente privadas cambien de manos... Claro que no se privatizó sin razones, pero el PP, como el Gobierno, haría bien en aclararse. Porque no deja de ser paradójico que el partido que prefería una Endesa alemana antes que española, variante catalana claro, ahora se oponga a que Repsol acabe en manos extranjeras. Claro que mejor en manos alemanas que rusas. Porque lo de Lukoil, y lo de los antiguos monopolios rusos privatizados en general, no es un caso normal.

Sorprendre, además, que a los dos principales partidos españoles les haya dado de repente semejante interés por la geopolítica y la estrategia energética mundial. ¿Será como consecuencia de miserias diplomáticas previas como la foto de las Azores o la más reciente de Washington? Mucho nos tememos, sin embargo, que la controversia no pasa de la categoría de carrera de nacionalismo español a la que aludimos recientemente.

En lugar de plantearnos tonterías como las precedentes, deberíamos hacernos las preguntas auténticamente sagaces. Por ejemplo, ¿cómo es que un comprador que sabe que el vendedor está con el agua al cuello le dice amén a la primera de cambio, cuando le bastaría con esperar un poco, sin ni siquiera presionar, para conseguir un precio mejor? ¿Tan generosa es Lukoil? ¿Tanta prisa tiene que está dispuesta a aceptar condiciones onerosas? ¿Qué competidor acecha en el horizonte, cuando el problema añadido es precisamente que no hay financiación, excepto en este caso? ¿Hay truco?

Pues sí, hay truco. Es algo tan sencillo como que Lukoil no pondrá ni un euro sobre la mesa. Bien, ni un euro de sus propios fondos, ya que la adquisición se la financiarán los bancos de los que es acreedor no Repsol, sino uno de sus principales accionistas, la constructora Sacyr. No olvidemos que Repsol no se vende a sí misma, sino que es Sacyr quien vende su paquete, al mismo tiempo que la Caixa el suyo, en un movimiento desinversor en absoluto aislado que ya da qué pensar.

En todo caso, las cosas como son. Los bancos entrampados con la gigantesca deuda de Sacyr van a prestarle hasta el último céntimo a unos rusos que se quedan con la participación de la constructora en Repsol. Cabe imaginar que la garantía con que Lukoil avalará el crédito serán las propias acciones, al inimitable estilo de los grandes pelotazos de la España de los primeros años noventa, cuyos protagonistas se forraron sin tener que rascarse el bolsillo. Suerte todavía que, posiblemente por mero decoro, se exigirán y se darán otras garantías, aunque está por ver cuales podrían ser.

Pero preguntémonos qué ocurriría si nosotros tuvieramos una deuda equivalente comparativamente a la de Sacyr. Tal vez podríamos convencer al banco de que no nos embargara, que nos permitiera vender los bienes que garantizaban la operación. Incluso podría ser que aceptara que el adquiriente se subrogara la deuda existente. ¿Levantaría un nuevo crédito para tapar el anterior? En el actual panorama, es absolutamente seguro que no. Pero también está claro que, si eres Sacyr, no existe mayor problema.

Sinceramente, nos da la impresión de que Lukoil solo está de paso por aquí y que los bancos acabarán cobrándose la broma el día en que se queden con Repsol. Pero en lugar de intentar cuadrar círculos, ¿no sería más sencillo que se quedarán directamente con Repsol ahora, sin fases intermedias y sin organizar una película de miedo en la escena internacional?

Aquí no acostubramos a estar de acuerdo ni con el PP ni con sus altavoces mediáticos, pero al final van a tener razón cuando denuncian que el auténtico favor de este montaje es el que el Gobierno le hace a Sacyr. Se trataría, en definitiva, de que la constructora saliera lo mejor parada posible de sus serios problemas actuales. De ahí tanta triangulación y camino indirecto.

Es una teoría que al menos tiene el valor de ser muy verosímil. Zapatero es sin duda persona agradecida y Sacyr le ha sacado de dos embrollos de los gordos en los dos últimos años. El primero, cuando con el líquido del que disponía tras años de vacas gordas compró el dichoso paquete de Repsol, poco menos que a instancias del Gobierno, para asegurar la “españolidad” de la petrolera. El segundo, cuando Sacyr se volcó para sacar al ministerio de Fomento del brete en que se había metido con la llegada del AVE a Barcelona.

No menos verosímil resulta preguntarse si es que los bancos van a hacerle ahora el favor al Gobierno a título gratuito. Está claro que no. Pero dado que no hay liquidez, cabe preguntarse de dónde van a sacarse los miles de millones de euros necesarios. ¡Ah! Que ahora el Tesoro Público está inyectando líquido al sistema financiero... Por qué no habríamos caido en esta obviedad.

Sólo nos queda la duda de si el auténtico leit-motiv de esta complicada historia no será la nacionalización encubierta de Repsol. Es una pregunta muy pertinente dado que, en última instancia, quien está poniendo el dinero en realidad es el mismo Estado. Si fuera así, que lo digan abiertamente. Igual se sorprenderían del resultado, que no sería necesariamente negativo. Como dijimos en otra ocasión, ya estamos bastante asustados ante la enormidad de la crisis y aceptaremos lo que venga. No hace falta que nos mientan.