Los expertos se confiesan incapaces de explicar las razones de la elevada abstención. Pero un observador mínimamente informado puede hacer unas sencillas comparativas y sacar algunas conclusiones. Como mínimo puede formular en voz alta algunas preguntas.
Desengañémonos. No se trata de preguntar por qué a veces nos volcamos en las urnas (aunque cada vez menos, es verdad) y a veces hacemos el más clamoroso de los ridículos democráticos. Lo que hay que preguntar es por qué los partidos proclaman la necesidad de una reflexión, que luego nunca se produce. O por qué quienes proponen cambios en el sistema electoral lo hacen siempre cuando les duele que, siendo la fuerza más votada, se vean apartados del poder por los pactos.
En resumen, se trata de ver si a los partidos realmente les interesa invertir la tendencia abstencionista o si lo que prefieren de verdad es la politiquería de que haya abstención, siempre que los abstencionistas sean los votantes de los demás.
No crean que otros países no han pasado antes por lo mismo. Y no crean, por tanto, que no hay soluciones. En realidad, bastaría con que los partidos hicieran vibrar a los electores, como se supone que es su obligación, aunque dicho propósito ya sólo se da en otras latitudes y además de tanto en tanto. Pero también pueden atacarse las causas que provocan que los votantes estén literalmente hartos de la política.
Hay una medida muy sencilla y que sería de gran utilidad: asegurar que gobierna quien gana las elecciones, para que los electores puedan abandonar la idea de que su voto no sirve para nada. También hay soluciones para el caso de que los electores no se pronuncien con la rotundidad que requiere el planteamiento anterior. A la solución se le llama segunda vuelta y es aplicada con éxito en muchos sitios. Con éxito no solo de resultado claro e indiscutible, sino también de participación. Miren en Francia.
Nos dirán que una segunda vuelta complica las cosas. Y que hasta el proceso sale más caro. Es verdad, pero nadie espera que la democracia sea simple o barata. En todo caso, los partidos políticos ya hacen ahora una segunda vuelta de facto con los pactos. Puestos a que haya segunda vuelta, mejor que la hagamos los electores.
Hay otros remedios, pero dado que las listas abiertas no van a pasar nunca de la categorìa de idea deseable, o que las fórmulas que aplican en sitios serios como Alemania no las puede entender la ignorancia generalizada de nuestros políticos, apostamos claramente por el más fácil y comprensible. Todo lo demás que pudiéramos decir sobre la abstención, sería repetitivo. Y para perderse en palabras ya tenemos a nuestros políticos.
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