El caso de la niña Mari Luz ha puesto al descubierto de forma sangrante las vergüenzas de la justicia española. En realidad, ha puesto de manifiesto que la realidad siempre supera a la ficción. Ni la imaginación más desbordante hubiera dado de sí para tamaña cascada de errores y descoordinaciones.
El principal acusado por el asesinato de la niña tenía pendientes de cumplir diferentes penas, pero no llegó a ingresar en prisión por ninguna de ellas. Aunque no lo parezca, esto no es lo más grave. Es que el pederasta reincidente comparecía siempre a juicio como si se tratara de la primera vez. ¿Se benefició de ello? Objetivamente, sí. La reincidencia habría agravado las sucesivas condenas y al hacerse firme la segunda habría ingresado en prisión. Es más, de haber conocido sus antecedentes es más que probable que alguno de los jueces hubiera tomado medidas cautelares para evitar la huida.
Pero la historia del presunto asesino de Mari Luz roza a veces el esperpento, si no se adentra directamente en él. Durante un tiempo, compareció quincenalmente en un juzgado. En esa misma época, estaba en busca y captura por parte de otro juzgado situado en el mismo edificio. Siempre se marchó tranquilamente por el mismo sitio por donde había venido.
Por eso aludíamos antes a la realidad y a la ficción. En incontables películas hemos visto cómo el culpable acababa cayendo por ser descubierto cuando acudía a renovarse el permiso de conducir o cualquier otro trámite normal y corriente. La pantalla del ordenador siempre se iluminaba cuando se introducía su nombre. No se trata de imágenes futuristas. La tecnología lo hace perfectamente posible. Es más, posible, sencillo y hasta barato.
Aquí, esto no ocurre. Un juez no puede pulsar un botón y comprobar si un detenido o imputado tiene causas pendientes o sentencias sin cumplir. En realidad, el caso Mari Luz ha demostrado que ni siquiera un mismo juez controla sus propios actos y que puede dictar una sentencia y ésta quedarse sin cumplir porque cree que su labor no incluye un mínimo seguimiento. O porque un funcionario se ha roto una pierna y nadie más dio curso a la orden de encarcelamiento.
Hay muchos culpables de que cosas como éstas ocurran. Lo son en primer lugar ciertos jueces más preocupados por el estatus que por realizar eficazmente su pofesión. Son esos magistrados (que si son una minoria serán una minoría muy visible) que exigen ser tratados de don o de doña y que, en pleno siglo XXI, siguen escribiendo a mano las sentencias porque lo de teclear es un trabajo subalterno.
Lo es también un sistema que funciona como un archipiélago cuyas islas funcionan sin conexión alguna con el resto. Y a veces con el cortocircuito dentro de casa, por seguir con la metáfora. Lo son, asimismo, los mecanismos de control del sistema. Los juzgados implicados habían sido inspeccionados sin que detectaran las anomalías. Ello nos indica que posiblemente no son necesarias medidas nuevas o excepcionales, sino que bastaría con hacer funcionar las que ya existen.
Finalmente, también son culpables los políticos que se apuntan al pim-pam-pum dialéctico repartiendo responsabilidades a diestro y siniestro, en un intento de eludir las propias. O que proponen medidas justicieras, de esas que lucen en los titulares de prensa pero de las que luego nunca se sabe nada más, para despistar.
El caso es que oiremos que nunca más ocurrirá otro caso como el de Mari Luz e incluso que su sacrificio no habrá sido en vano. Pero lamentablemente Mari Luz será olvidada dentro de poco, tan pronto como los medios de comunicación hablen de otra cosa y los políticos y los responsables de la justicia superen el mal trago o la mala conciencia que, aunque no es seguro, pudieran tener.
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