Que la situación está mal es una evidencia. Que está fuera de control, una triste constatación. Lo peor, sin embargo, no es la falta de cintura para reaccionar, la bendita ignorancia o el recurso a medidas antiguas como si fueran nuevas. No. El peor síntoma del descontrol es que en el propio Gobierno los ministros comienzan a ir a su aire. Nos quedaría algún consuelo o esperanza si se tratara de mera descoordinación. El problema es que las contradicciones y desmentidos de unos a otros, en medio de crecientes rumores de cambios en el Gobierno, parecen responder al más descarnado “Sálvase quien pueda”.
Debemos reconocer que igual estamos equivocados. Podría ser que tras esas contradicciones se oculte una estrategia sagaz que no hemos sabido detectar. Podría ser. De hecho, hasta podría ser que el Gobierno, que a día de hoy ha actuado mal y comunicado peor, estuviera lanzando globos sonda para ver como sopla el viento. Dado que incluso quienes eran sus palmeros le han tildado de patético, puede ser que Zapatero quiera pisar sobre seguro. Hasta sería de agradecer, y el método podría disculparse, si por fin el Gobierno hiciera algo. Uno de los factores que más alarma de la presente crisis es que el Gobierno parece estar contra las cuerdas, sin capacidad de reacción.
Pero si realmente se tratara de hacer algo, aunque fuera por caminos indirectos, en esto el Gobierno también se lo monta fatal. Casi echamos de menos, con nostalgia no demasiado irónica, el arte con que los ejecutivos del PP manejaban la política del globo sonda. De todos los que lanzó, que fueron muchos, ni la mitad de la mitad se vieron luego reflejados en el Boletín Oficial del Estado. Pero al menos la habilidad de Aznar y compañía para desvanecerse en la niebla, o en el humo que ellos mismos habían levantado, era proverbial.
Ahora vemos que Zapatero no se contenta con intentar resolver el problema a base de palabras, sino que debe recurrir a auténticos recursos de emergencia para desviar la atención. Los anuncios relativos a la ampliación de la ley del aborto o a la regulación del suicidio asistido, sólo pueden ser interpretados así. Con independencia de la justica o necesidad de ambos proyectos, que merecerían un debate bastante más digno que el que van a tener, el momento elegido para lanzarlos a los cuatro vientos no puede ser más sospechoso. No se habló para nada de ello en la última campaña electoral, de la que no hace ni seis meses... Por decirlo sin embudos: el Gobierno, a sabiendas, está encendiendo fuegos para desviar a la atención.
Todo ello refleja el grado a que ha llegado la desesperación y la impotencia de Zapatero. Pero todavía no es lo peor que podía pasar, ya que se trata de actitudes que tienen enmienda y líneas de acción reversibles. Lo peor sucede cuando los nervios se convierten en pánico. No sabemos si ese es el caso, pero vemos síntomas poco tranquilizadores. Que el Gobierno haya dejado de hablar con una sola voz es el más evidente.
En honor a la verdad, una parte de este problema no tiene nada que ver con la crisis económica, sino con, triste consuelo, faltas de sintonía preexistentes. En el ejecutivo presidido por Zapatero hay personalismos que ya afloraron incluso antes de la toma de posesión. Al parecer, hay también ministros que, tras su experiencia como alcaldes incontestados, no acaban de acostumbrarse a no ir por libre. En realidad no sabemos si todo esto es mejor o peor que la desaparición en combate de una buena media docena de integrantes del Gobierno. Pero el conjunto no hace lo que dice bonito.
Y como la situación no mejora sola, y va a tardar bastante en hacerlo, y el PP aprieta en las encuestas, Zapatero no deja de buscar conejos para sacar de la chistera. Agotado el margen que le daban los presupuestos públicos, y agotada (dicho sea de paso) la imaginación, la última idea luminosa parece ser un cambio de Gobierno. A medio año escaso de una victoria electoral muy reseñable, que se plantee siquiera la posibilidad también es un síntoma claro de donde estamos.
Por lo demás, que Solbes apareza en las listas de posibles cesantes indica hasta donde llega el pánico. El vicepresidente económico no está por encima del bien y del mal, como a veces parece, e igual que el mérito si fuera el caso, su responsabilidad sólo está por debajo de la del propio presidente del Gobierno. Pero que se piense en él como chivo expiatorio, cuando fue la única voz que reclamó que el margen de maniobra de que disponía el Gobierno se guardara para mejor fin que el del cheque-bebé o los famosos 400 euros, indica hasta donde está dispuesto a llegar Zapatero para salvarse a sí mismo.
La veteranía de ministros como Solbes o Rubalcaba ha sido agua bendita cuando el Gobierno ha estado noqueado, y lo ha estado en varias ocasiones durante cuatro años y medio. Y si Solbes ha hecho frecuentemente de abuelo regañón ha sido porque ese fue el papel que le encomendaron. La política es ingrata y de poco valen en ella las glorias pasadas. Pero si hablamos así es porque el problema de Zapatero no es un problema de caras. Sin negarle valor a la sangre nueva, y aceptando incluso que en ocasiones se necesita un gesto dramático para enderezar la situación, el problema del Gobierno es de ideas.
No podemos acabar, en este sentido, sin recordar que Zapatero se equivoca de problema. Aun habiendo reconocido, a regañadientes y tras exóticas maniobras semánticas, que hay crisis, el presidente del Gobierno sigue empeñado en resolver lo que cree un problema exclusivamente político. Si por algún azar o milagro el PP se diera alguna torta en los sondeos de intención de voto, posiblemente no haría ni eso. Preocuparse ante este curso de acción no es un acto antipatriótico, sino lo más normal del mundo.
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