El esperpento de la dimisión del presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores no es el único espectáculo en marcha en el circo de tres pistas en que algunos quieren ver convertida a España. La evolución del juicio por la matanza del 11-M está regalándonos los suficientes elementos para poner en la perspectiva adecuada los sucesos ocurridos entre los atentados y las elecciones de tres días después.
En los tres años transcurridos se ha discutido, ad nauseam, si el gobierno de entonces mintió a los ciudadanos sobre la autoría de los atentados, en un intento de aprovecharse electoralmente bien del encubrimiento de la autoría de Al Qaeda, bien de su asignación a ETA. Este debate difícilmente podía ser razonable, dada las emociones que se desbordaron por aquellos sucesos. Y además se ha tirado mucha gasolina al fuego, en forma de conspiraciones delirantes que no se creen ni siquiera quienes todavía las sostienen, con la probable excepción del mismísimo Acebes.
Parte del embrollo se debe a que técnicamente una mentira es lo que es. Según el diccionario, miente quien falta a la verdad a sabiendas de ello. Y por ahí se cogían precisamente Acebes y compañía. El que fuera ministro del Interior ha venido asegurando que él se limitaba a reprodudir la información que le iban dando los jefes de la policía. Y que si mantuvo que era ETA durante el mismo día de los atentados y buena parte del día siguiente, fue porque la policía así se lo indicó.
Sin embargo, en el juicio nos hemos enterado de que no fue así. Esos mismos jefes de la policía han declarado en la sala de vistas todo lo contrario de lo que el ministro ha afirmado desde entonces. Según el testimonio de los mandos, el mismo día de los atentados ya informaron a Acebes de que la pista firme era la del terrorismo islámico. E incluso han indicado que las dudas del primer momento sobre el tipo de explosivo (algo que se consideró crucial para determinar la autoría) también quedaron rápidamente despejadas, y que así se comunicó a Acebes.
Dado que el exministro transmitió tales datos con un notable retraso, de ser verdad la versión de sus antiguos subordinados, se nos plantea un problema evidente. Ambas versiones son irreconciliables. O mienten unos o mienten los otros. No habría que olvidar, sin embargo, que esos policías fueron nombrados por el propio Acebes. En un país en que vemos a diario ejemplos de altos cargos que sacrifican la credibilidad de las instituciones que dirigen para agradecer el puesto a quien los nombró, lo de de estos policías tiene incluso mérito y sus declaraciones, aun admitiendo la posibilidad de que falten a la verdad, constituyen un argumento de peso.
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