L'autor va ser periodista fins al 1996, quan es va passar al bàndol dels gabinets de premsa. Va tenir una joventut dedicada a la poesia, però ja fa molt que es dedica a la prosa, abans periodística i ara no se sap ben bé. Aconsegueix pagar la hipoteca, menja calent cada dia i puja la família, que ja és molt. Té la molesta mania d'escriure sobre política i economia, preferentment amb la baioneta calada.
dijous, d’abril 26, 2007
Las mentiras del 11-m van quedando acotadas (y 2)
No deberíamos sacar conclusiones anticipadas de un juicio que todavía no tiene sentencia. Pero el espectáculo dado por quienes todavía se empeñan a culpar a ETA de lo del 11-M, espectáculo que roza en ocasiones la categoría de charlotada, ya ha dado los suficientes elementos para sacar algunas ideas útiles sobre el tema.
Como recordábamos en un comentario anterior, el que fuera ministro del Interior cuando los atentados, Ángel Acebes, se ha pasado más de tres años diciendo que él no mintió, ya que se limitó a transmitir minuto a minuto la información que le pasaba la policía. Ahora resulta que los policías que le informaban dicen lo contrario.
Puede que haya policías que mientan, como se ha sugerido desde el PP. Pero no podemos dejar de tener en cuenta un hecho que, si no es concluyente, si resulta bastante significativo. A Acebes solo le siguen la corriente quienes fueron sus subordinados políticos en el ministerio; sus subordinados profesionales, no. El exsecretario de Estado de Seguridad, Ignacio Astarloa, ha llegado a atribuirse personalmente la responsabilidad de la información que recibía el ministro. Actos heróicos al margen, poco aporta la “autoinmolación” de Astarloa al hecho de que los policías (los altos cargos profesionales) hayan negado la mayor.
Tampoco es concluyente, pero asimismo significativo, que todos los profesionales hayan coincidido en la negativa. Esa coincidencia tiene como mínimo el mismo valor que el hecho de que todos habían sido nombrados por el propio Acebes. Puede que dichos policías sólo pretendan salvar el trasero y no buscarse complicaciones, y siempre nos quedará la duda de por qué no contaron antes tan jugosa información. Pero ello no constituye suficiente base para afirmar que todos ellos, sin excepción, mienten.
¿A la delirante conspiración de socialistas, etarras, servicios secretos marroquíes, el vecino de la escalera y el tío del cuñado de uno que pasaba por allí, habrá que añadir ahora a los jefes de la policía? ¿Al gobierno del PP también le hizo la cama su propio personal?
Capítulo aparte merece el esperpento protagonizado por Agustín Díaz de Mera, el director general de la Policía de la época. Tras revelar en el juicio que un jefe policial le había pasado el dato de un supuesto informe que relacionaba a ETA con los atentados, se negó a descubrir la fuente, para acto seguido (vista la presión de su propio partido, la multa y la amenaza de ser procesado por desobediencia a la justicia) colocarle el fregado a uno de sus subordinados.
Ya sabemos como ha acabado la cosa. El subordinado aludido no sólo ha declarado que lo del informe es un invento, y que jamás tuvo esa conversación con su superior, sino que éste incluso le había pedido ayuda para salir del atolladero. Cabe suponer que el tribunal, además de considerar la petición de careo presentada por Díaz de Mera, deducirá el oportuno testimonio por el presunto intento de manipulación de los testigos del juicio.
El PP, naturalmente, tiene derecho a defenderse de aquello que considere perjudicial para su imagen. Pero no puede hacerlo al estilo de escuelas propagandísticas de nefasto recuerdo. De momento, los métodos usados por Acebes para defender lo indefendible no merecen calificativo más suave que el de repugnante. Pero ahí sigue marcando el canon de un partido que, por estricta salud democrática, debe estar en situación y disposición de ser alternativa real. Triste es decirlo, pero parece que la imprescindible catarsis que debería efectuar el PP sólo puede producirse a partir de una nueva derrota electoral.
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