El sábado pasado, 28 de abril, se celebraba en todo el mundo el Día Internacional de la Seguridad y la Salud en el Trabajo. Ese mismo día fallecían dos trabajadores en España. No fue exactamente una coincidencia, de esas que dan para un titular de premsa redondo. En lo que llevamos de año han muerto cerca de 200 trabajadores en España. Duele decirlo, pero que murieran dos de ellos en la jornada dedicada de concienciar sobre la prevención de riesgos laborales, no es casualidad, sino lo más normal del mundo.
Sin duda, podría pensarse que ambas muertes, en un día como ese, son un sarcasmo intolerable. Pero habiendo víctimas de por medio no podemos hablar con la ironía que, en cualquier otra circunstancia, se merecería el tema. Sin embargo, tenemos la obligación de justificar lo que decíamos al principio, en el sentido de que hechos luctuosos como éstos son lo más normal del mundo.
Cada año fallecen dos millones de personas en el mundo a causa de accidentes de trabajo. Lejos de lo que podría pensarse, el Tercer Mundo dista mucho de encabezar este nefasto ránquing, pese a sus laxas legislaciones laborales y al escaso respeto por los derechos de las personas (no sólo los laborales). En el Primer Mundo, supuestamente desarrollado y moderno, los siniestros laborales disputan ya los primeros puestos de las causas de muerte a las enfermedades más graves y a los accidentes de tráfico.
Es más, en los países desarrollados, de forma singular en el nuestro, los accidentes laborales “in itinere” (es decir durante los desplazamientos entre el domicilio y el puesto de trabajo) se están convirtiendo en una epidemia imparable. Si todos los accidentes de dichas características no aparecieran “camuflados” en las estadísticas de los accidentes de tráfico corrientes, veríamos como se disparan las cifras. Algunos estudios sugieren que el número de siniestros laborales se duplicaría ampliamente.
La situación ha llegado a extremos que hay que leer dos veces y frotarse los ojos. Los accidentes “in itinere” se han disparado en algunos polígonos industriales del área metropolitana de Barcelona. Singularmente, y tampoco por causalidad, en los que no disponen de transporte público. Se da el caso de que en un par de ellos, la principal causa de mortalidad entre la población que trabaja allí son los accidentes en los desplazamientos.
No se puede extrapolar lo que ocurre en un parque de empresas concreto a la sociedad en general, pero precisamente por eso resulta tan chocante que al menos en un microcosmos determinado la primera causa de muerte no sea el cáncer, los accidentes cardiovasculares, el tabaquismo o los accidentes de tráfico ordinarios, sino los siniestros laborales, incluidos los ocurridos en la carretera.
Naturalmente, hechos como éste no son sólo consecuencia del modelo residencial y productivo de nuestra sociedad (en la que ya no trabajamos al lado de donde vivimos), sino también del pésimo funcionamiento del transporte público y de los irracionales horarios laborales. Un hecho es revelador: hay tantos accidentes “in itinere” o más por la mañana que por la tarde, cuando se supone que estamos más cansados, por la sencilla razón de que salimos de casa sin haber descansado lo suficiente. Ello no se debe a que tengamos hábitos más nocturnos o que veamos más la televisión que en otros países. Es que salimos más tarde del trabajo y, aun sin disfrutar de mucho ocio, dormimos menos que la media europea.
Frecuentemente se atribuye la alta siniestrabilidad en las empresas españolas a la temporalidad y a la subcontratación. Y con razón. Pero no son éstos los únicos motivos. Es más, como hemos comentado en anteriores ocasiones, el hecho de vivir en un sitio y trabajar en otro no responde sólo a una cuestión de gusto. Mientras el mercado inmobiliario continúe expulsando a miles de personas de sus lugares de origen, esta parte del problema seguirá vivo.
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