Este domingo se celebran elecciones municipales en toda España. También en trece comunidades autónomas. Pero con el debido respeto a autonomías que a veces son poco más que decorativas y fruto de una circunstancia política muy concreta que posiblemente hoy no se repetiría, lo que nos jugamos la inmensa mayoría de los ciudadanos se encuentra en los comicios municipales.
No repetiremos tópicos del estilo de que los ayuntamientos son la administración más próxima a los ciudadanos y que, contradictoriamente, son el pariente pobre en el reparto del dinero público. Pero hasta estos tópicos destartalados tienen una base de verdad, que damos por reproducida para centrarnos en lo que realmente queríamos decir.
Los partidos han presentado a lo largo de las dos semanas de campaña sus propuestas y programas para los próximos cuatro años. En general, son ideas archisabidas que poco o nada hacen vibrar. El tono de la campaña no ha podido ser más apático y aburrido. Por ello, no deberíamos extrañarnos de que la abstención fuera elevada.
A la abstención se le suelen dar muchas explicaciones, la mayor parte equivocadas. El error se demuestra cuando el electorado decide que quiere un gobierno fuerte o desea un vuelco, sea del signo que sea. En ese caso, las teorías sobre el cansancio o el conformismo fallan estrepitosamente y los votantes acuden en masa a las urnas. Ni siquiera se necesita un intento de golpe de Estado o un gran atentado para motivar al electorado. Basta con que a éste le apetezca dar un toque para demostrar que es el dueño del tinglado.
Decir que si no participamos, no podemos quejarnos luego de lo que ocurra pertenece a la categoría de tópicos a que nos referíamos en el segundo párrafo. Pero es evidente que una de las grandes virtudes de la democracia es que es el único sistema político que puede corregirse a sí mismo. Si ese es su deseo, claro está.
Tienen razón quienes nos dicen que los escándalos de corrupción ocurridos en los ayuntamientos desaniman a los electores. Pero no es menos verdad que las elecciones son también una ocasión ideal para barrer a cuantos han pervertido la democracia para llenarse los bolsillos. La experiencia demuestra que esa escoba sólo es efectiva con participaciones muy elevadas.
Otra cosa es si debemos elegir, no entre políticos corruptos y honestos, sino entre una corrupción salvaje, como la de Marbella, o una corrupción discreta que funcione como lubricante del sistema. Si no nos quedara otro remedio, elegiríamos la segunda sin dudar. Pero la corrupción no es algo tan inevitable como parece o nos quieren presentar. El caso de Marbella ha demostrado que la desidia no es la mejor arma para luchar contra ella. Pero también que no son necesarios nuevos instrumentos o medidas, si nos tomamos en serio lo que ya tenemos.
En particular, hay que reformar de una vez por todas la financiación local. El día en que los ayuntamientos no actúen en el mercado inmobiliario por necesidad económica se evitarán un montón de peligros y tentaciones.
La corrupción no es el único factor que aleja a los electores de las urnas. La abstención se alimenta tambien de la sensación de que los pactos postelectorales hacen que el voto no sirva para nada. Ese es un tema que deberá abordarse algún día. El sistema actual, consistente en que los gobiernos locales se forman a partir de las mayorías conseguidas en los plenos municipales, no es malo por sí mismo. No deja de ser una reproducción a escala local del esquema parlamentario tradicional. Sin embargo, la verdad es que en unas elecciones nacionales raro es el caso en que no acaba gobernando quien las gana (Catalunya es caso aparte, como saben). En los ayuntamientos es mucho más habitual que quede en la oposición quien ha recibido el apoyo mayoritario de los ciudadanos. No pocas veces, los pactos más floridos están emparentados, aunque sea de lejos, con chanchullos urbanísticos o de otros tipos.
Hay mucho trecho a recorrer en este terreno para que los ciudadanos vean que sus decisiones en las urnas se ven reflejadas fidedignamente en las instituciones. Tal vez sea mucho pedirles a los partidos que apuesten por las listas abiertas: hablan bien de ellas, pero no pasan de ahí. Sin embargo, existen otras formas experimentadas con éxito, como las votaciones a dos vueltas o la elección directa de los alcaldes. Claro que ello ocurre en países serios y no decorativos, como el nuestro. Incluso así, no deberíamos esperar a que la participación bajara del 40% (o del 30%) para poner manos a la obra.
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