Mucha imaginación
A los responsables del departamento de Justicia de la Generalitat no se les puede negar capacidad de inventiva. La grave crisis de espacio que vive el Palacio de Justicia de Tarragona les obliga a forzar la imaginación hasta el límite, con el fin de meter con calzador nuevos juzgados en unas instalaciones insuficientes y colapsadas desde hace años. El mérito es equivalente a conseguir cuadrar un círculo o a sacar agua de una piedra: es, en definitiva, hacer que dé de sí algo que ya no daba de sí. Y perdonen el retruécano.
Bien es verdad que alquilarán locales, y que lo harán lo más cerca posible. Eso ayuda, claro. Pero no sabemos si reirnos o quedarnos mudos de pasmo (o de admiración, que también podría ser) ante algunas de las soluciones adoptadas. Uno de los nuevos juzgados va a instalarse en una sala de vistas de la Audiencia provincial. Habrá mesas de trabajo y ordenadores. Y el secretario judicial tendrá incluso un despachito: un trocito del estrado, separado del resto por unos biombos.
Suponemos que tal medida es viable porque la Audiencia provincial no celebra juicios todos los días. Pero no podemos dejar de preguntarnos qué ocurrirá los días en que haya vistas. Nos imaginamos dos posibles alternativas. La primera escena muesra a los funcionarios trabajando como si tal cosa y diciéndoles a los participantes en el juicio algo así como: “Ustedes hagan lo suyo, que nosotros procuraremos no molestar. Si necesitan algo, estaremos detrás del biombo”. La seguna escena consiste en que a los funcionarios les manden a tomarse un café durante el tiempo que dure la vista. O que les den directamente el día de fiesta.
Desconocemos la solución que habrá elegido el departamento de Justicia y por eso no nos queda más remedio que reducir al absurdo esta cuestión. A los resposables de semejante inventiva les concedemos al menos el beneficio de la duda y descartamos que hayan pensado en usar el viejo juego de las sillas, con musiquilla o sin ella, para que los interesados de las diferentes instancias se queden con el espacio disponible.
No les suene tan extraño esto. Las empresas más modernas, las que aplican los métodos de gestión más avanzados, hace tiempo que organizan sus oficinas con menos mesas y sillas que empleados. Nadie tiene un puesto fijo y la tecnología permite que se pueda trabajar desde cualquier ordenador. No solo hay ahorro, sino también mucha más eficiencia, por lo que cuentan. Y parece que no hay muchas quejas, porque cuando hasta el director general no tiene despacho propio, sino una mesa en un rincón (que, por lo que pudiera ser, casi siempre es respetada, también hay que decirlo), nadie tiene ataques de estatus herido porque el escritorio sea mayor o menor o el despacho ocupe más o menos metros cuadrados.
No nos acaba de quedar claro que este sistema tenga traslado a la Administración pública, al menos a todos sus ámbitos. No ya por la mentalidad burocrática, sino por aspectos meramente prácticos. ¿Se imaginan a la policía devolviendo a un justiciable a la cárcel, en espera de mejor ocasión, porque los funcionarios del juzgado se han jugado a los chinos quien usaba la sala ese día y han perdido los que querían celebrar el juicio?
Naturalmente el problema es otro. En lugar de poner parches, no necesariamente baratos, habría que elaborar un plan a largo plazo, pensando en las necesidades a 20 o 25 años pongamos por caso. Ello permitiría anticiparse a las necesidades y periodificar la inversión, con lo que sería más asumible. En la situación actual, sin embargo, se impone dar un cabezazo que permita salir del atollo y poner el contador a cero. Después podría planificarse con la tranquilidad imprescindible. No obstante, somos bastante escépticos. Planes para la modernización de la justicia ha habido tantos como gobiernos en España y estamos más o menos dónde estábamos. Mejor dicho: peor.
No lo decimos únicamente por el caso de Tarragona. El problema es general, aunque en esta ciudad se vea agravado por rifirrafes partidistas que impiden a las instituciones ponerse de acuerdo para construir un nuevo Palacio de Justicia. Es el peor de los ejemplos que pueden darse.
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