dissabte, de febrer 10, 2007

El “no” tiene frecuentemente sus razones (1)

Vuelve a estar de moda (el fenómeno es cíclico) decir que existe una insolidaria cultura del “no”. Que hay quien sí que quiere cárceles o líneas de alta tensión, siempre que se ubiquen en casa del vecino. Es el argumento favorito de políticos que tienen que lidiar con decisiones impopulares, pero que les entran en el sueldo. Y la consecuencia lógica de ciertas mentalidades que creen que las capitales están para lucir y el país para funcionar como vertedero de lo que afea o molesta.

El trazado del AVE por el interior de la ciudad de Barcelona ha hecho aflorar de nuevo el espectro del “no”. No pocos ciudadanos ven con reparo e inquietud el famoso túnel. Los precedentes, en el Carmel o en el Prat, les dan buenas razones para estar preocupados. Algunos políticos, pocos, son capaces de comprenderlo y se esfuerzan por explicar cómo se va a hacer la obra y qué medidas se tomarán para evitar incidencias. Los ciudadanos nos lo podemos creer o no, porque a fin de cuentas tenemos muy malas experiencias. Pero estos responsables públicos se merecen algo más de respeto que los que se limitan a señalar como insolidarios y “noístas”, o de estar manipulados políticamente, a quienes se atreven a abrir la boca.

Lamentablemente, estamos en un terreno en que la demagogia es facilísima. La practican con poco disímulo aquellos para quienes todo vale, y más en puertas de unas elecciones municipales. Y sin duda muchos ciudadanos que se manifiestan no buscan realmente garantías o seguridades, sino simplemente que le endosen al muerto a otro. Pero su demagogia no es peor que la de quienes se refugian tras esa mal llamada “cultura del no” como excusa universal para descartar cualquier oposición, por razonable y fundamentada que pueda estar. La demagogia es mal asunto, pero cierto género de tozudería institucional no lo es mejor.

Nadie quiere una cárcel en su término municipal. Ni siquiera las quieren en la ciudad de Barcelona, aunque es donde se producen más delitos en toda Catalunya. ¿Es demagógico e insolidario, pues, decir que las nuevas cárceles deberían construirse en Barcelona? ¿Que cada palo aguante su vela? Sí. Pero no lo es más que argüir que deben construise en cualquier otra parte, donde los índices de delincuencia están a años luz.

Hay buenos motivos de seguridad, por lo que nos dicen. Pero la verdad es que los pisos de los alrededores de la actual cárcel Modelo van a revalorizarse el día en que ésta se cierre. No es seguro que los pisos y casas de los municipios donde se construyen nuevos centros penitenciarios se desplomen, pero no crean que dicha vecindad hace mucho bien a su cotización en el mercado inmobiliario. Y oigan, la Modelo hace muy feo en el centro de Barcelona, pero Can Brians no resulta más estética por el hecho de estar ubicada en el municipio de Sant Esteve Sesrovires

Y no son sólo las cárceles. ¿Dónde se consume más electricidad, aunque sea por meros motivos demográficos? ¿En Barcelona o en Ascó y en Vandellòs? ¿Por qué los vecinos de estos dos últimos municipios, y los de su entorno, deben pechar con el riesgo de tener centrales nucleares? Porque dichas instalaciones tienen que estar en sitios poco poblados, para que en caso de accidente las víctimas sean las mínimas o que, en el mejor de los casos, evacuar a la población resulte sencillo. Al argumento no se le puede negar la claridad. Unos disfrutan de la comodidad que da la electricidad sin asumir los riesgos de producirla. Otros se quedan con los riesgos y, a veces, sólo con los riesgos. Una de las paradojas del país en que vivimos es que en los municipios donde más electricidad se genera los apagones son cosa de cada día.

Es muy fácil decir que uno tiene una mentalidad cerril o de campanario y que no quiere compartir los recursos naturales del territorio en que vive para que el conjunto del país sea más próspero. ¿Se acuerdan del Plan Hidrológico Nacional y de los trasvases del Ebro? Esa argumentación resuena todavía hoy en Valencia y en Murcia. Pero el planteamiento es falaz. Quienes se oponían en el sur de Catalunya a esos trasvases no eran insolidarios. Se quejaban de ser siempre los que tenían que perjudicarse en beneficio de los demás.

El llamado ministrasvase del Ebro a Tarragona disparó la renta per cápita, el desarrollo y el bienestar de las zonas que recibieron el agua. En paralelo, las comarcas de las que salió el caudal retrocedieron en esos mismos parámetros. En realidad, “exportaban” agua mientras sufrían serias restricciones (lo que al menos, y con los años, se corrigió). Ante una nueva operación de ese tipo, corregida y aumentada, no era en absoluto irrazonable levantar la voz para decir que si los recursos son de todos, también debe serlo el bienestar y la riqueza que generan. Es lo que cabe concluir de asuntos como el PHN, más allá de consideraciones ecológicas, o de la sostenibilidad de un modelo de crecimiento económico basado en el derroche.

Nos dirán que ya existen compensaciones y que no se quejen. El tema también puede plantearse al revés. ¡Qué menos! La solidaridad no tiene por qué ejercerse en una sola dirección. Si alguien se perjudica para que el conjunto prospere se merece una compensación. Como mínimo que su bienestar sea equivalente al de quienes se benefician del trasvase de aguas, del traslado de la cárcel o del paso del AVE o de una línea eléctrica. Porque, oigan, por mucho que se apele al bien general, tales proyectos siempre benefician más a unos que a otros. El AVE, por poner sólo un ejemplo, cruza centenares de kilómetros y a su paso ha sucumbido todo, pueblos enteros incluidos. Pero las estaciones donde acceder al servicio están donde están.