El informe de la Comisión Nacional de la Energía sobre el gran apagón de Barcelona de este verano ha acabado reflejando más las pugnas partidistas en los organismos reguladores del Estado, que la realidad de lo ocurrido. Es un signo más del desprestigio de las instituciones por idénticas razones (Tribunal Constitucional, Consejo General del Poder Judicial, Comisión Nacional del Mercado de Valores...), que no consigue ocultar, sin embargo, que el vergonzoso episodio fue culpa de todos.
En época de la Revolución Francesa, la Asamblea constituyente votó por mayoría que Dios no existía. Algunos de los que se opusieron a tal resolución señalaron que no lo hacían por sus creencias, sino porque hay cosas que no pueden someterse a votación. Mejor dicho, que se voten en un sentido o en otro no tiene repercusión alguna en los hechos.
Algo parecido ocurre con la Comisión Nacional de la Energía. El informe sobre los hechos de Barcelona, más que ser salomónico en el reparto de responsabilidades, refleja que los consejeros socialistas trataban de minimizar la culpa de Red Eléctrica Española y los consejeros populares, la de Endesa. Lo de los socialistas todavía se entiende: Red Eléctrica es una empresa pública que depende del gobierno. De su gobierno, para ser más precisos. Lo del PP con una empresa privada es más complejo, como saben.
Un somero análisis del informe, así como del expediente abierto por la Generalitat, permite, sin embargo, sacar algunas conclusiones. La más evidente es que si el famoso cable de Endesa no se hubiera caído no se habría producido el incidente, pero que si las protecciones de las líneas de Red Eléctrica hubieran funcionado correctamente no se habría incendiado una subestación en la otra punta de Barcelona.
Dicho de otra forma: con un buen mantenimiento el cable de Endesa no se habría caído o, de haberlo hecho, la red de la empresa pública habría aislado el cortocircuito y el problema se habría minimizado enormemente. Nos permitirán añadir algo sin querer cargar la mano sobre una u otra culpa: que las redes o mallas que tienen como función “encajar” las incidencias fueran precisamente las que las propagaran, dice mucho de como funcionan las cosas en la octava potencia económica mundial.
Pero la responsabilidad no es sólo de unas empresas, públicas o privadas, sino también de la Administración. Que no inspeccionaba las instalaciones porque, asómbrense, de acuerdo con la normativa vigente en esta potencia mundial, las compañías se inspeccionaban a sí mismas. Como la Administración no se puede sancionar a sí misma, y no practica la sana costumbre de la dimisión o de la destitución, el único remedio ofrecido ahora para salvar la cara es asumir las competencias inspectoras. Ello, naturalmente, no significa absolutamente nada en un país en que todas las desgracias ocurren en sitios que cumplen la normativa al pie de la letra.
Finalmente, hay una reflexión sangrante que no puede obviarse. Para quienes reclaman el traspaso de servicios públicos a la Generalitat, en la confianza de que una gestión más próxima pueda evitar los peores males, hay que recordar el apagón del hospital del Vall d’Hebron. El suceso ilustra que en todas partes cuecen habas. La sanidad está traspasada desde hace más de 25 años al gobierno catalán y tras ese dilatado período resulta que los equipos eléctricos de emergencia están ubicados al lado de los principales, de forma que saltando unos saltan los otros. Tal planificación de alto nivel se ve agravada cuando esa Administración próxima es incapaz de devolver una cierta normalidad al hospital, aun a precario, antes de diez días.
De la misma forma que los ferrocarriles que explota la Generalitat son modélicos (gracias a una inversión continuada durante esos mismos 25 años), lo del hospital constituye el ejemplo perfecto de que la “feina mal feta no té fronteres”. Por eso no basta con decir que uno lo hará mejor, si no lo demuestra en la práctica. A veces estamos tan pagados de nosotros mismos que olvidamos este principio fundamental. A fin de cuentas, en la propaganda oficial el hospital afectado por el apagón era puesto como modelo de gestión energética. Lo que ahora, claro, adquiere la categoría de un sarcasmo.
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