El departamento de Sanidad del Gobierno catalán quería ampliar el horario de los centros de atención primaria, pero se ha acabado achantando ante presiones corporativas y sindicales. El hecho no es ninguna novedad, pero esta vez los argumentos rozan el delirio. El colegio de médicos ha llegado a manifestar que la medida produciría una sobreoferta de atención.
¿Cómo tiene que tomarse dicha línea argumental la persona que pide visita y la consigue para varios días después, frecuentemente cuando la enfermedad ya ha remitido sola? No planteamos una situación tan extraña y es indiferente que la enfermedad no sea grave. Si algún sentido tiene un sistema público de salud es dar respuestas rápidas a los problemas, sean éstos grandes o pequeños. Términos tan al gusto de nuestros políticos como bienestar o calidad de vida se fundamentan precisamente en seguridades como esa.
Lo de la sobreoferta nos ilustra, en todo caso, sobre las actitudes existentes en un estado que es la octava potencia económica mundial, pero que no consigue desprenderse del viejo chiste de las tres potencias mundiales, Grecia, Portugal y España. Y es un ejemplo complementario de ciertas políticas sanitarias que no merecen otro calificativo que el de pésimas.
¿Puede haber sobreoferta de atención cuando tenemos que importar médicos a centenares? Que importamos, además, mientras asistimos impávidos a la fuga de profesionales cuya formación hemos financiado nosostros. O que importamos mientras ponemos unas trabas difíciles de comprender a los médicos de origen extranjero que cursan aquí la especialidad, incluidos los que han hecho también aquí la carrera.
¿El mundo al revés? Tal vez no. Pero nuestros gobernantes parecen estar más preocupados de contentar a ciertos colectivos profesionales que de dar un buen servicio a los contribuyentes.
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