Continuamos aquí la serie de reflexiones sobre el “rebrote” de la corrupción en la Costa del Sol. En comentarios anteriores hemos recordado que no es necesario aprobar leyes nuevas para atajar el problema, si no que basta con tomarse en serio las existentes. Y hemos añadido que algunas modificaciones en la normativa electoral frenarían operaciones políticas a veces emparentadas con los chanchullos. Pero no podemos obviar el papel que nos corresponde a los electores en la prevención de la corrupción. Que no es poco.
Resultaría muy fácil recurrir a tópicos como el que reza que la democracia es el único sistema que puede corregirse a si mismo. Demasiado fácil, porque este tópico tiene únicamente sentido si existe ese deseo de corrección. Si no, todo queda en palabras huecas, si no en cosas peores.
Los votantes tenemos la oportunidad de cambiar cada cuatro años a nuestros gobernantes. Frecuentemente se dice que se trata de una oportunidad más teórica que real. Pero no es cierto, depende de nuestra voluntad actuar en un sentido o en otro. Siendo difícil que podamos cambiar el fondo de las cosas, aún podemos darles una buena sacudida. Hay ejemplos sobrados de ello. Otra cosa es es que los cambios, cuando se producen, sean escasos, considerando lo clónicos que son los programas electorales y las actitudes miméticas que adoptan los partidos cuando acceden al gobierno.
O sea, que los electores podemos equivocarnos y, encima, si la acertamos, la alegría nos dura más bien poco. Pero cuando votamos a sabiendas a unos corruptos no tenemos disculpa alguna. Hipotecamos nuestro derecho a quejarnos luego. No es que nos lo tengamos merecido, porque hay cosas que no pueden desearse ni a nuestrro peor enemigo (bueno, a nuestro peor enemigo tal vez sí). Pero debemos aguantarnos sin rechistar..., al menos hasta la siguiente oportunidad de hacer uso de esa democracia que puede corregirse a sí misma.
Hay que añadir algo para no confundir las cosas. Los electores no somos culpables de la corrupción, pero podemos serlo si optamos en el poder a los corruptos. Éstos, claro está, pueden engañarnos. Es más, a parte de la corrupción que se practicaba en Marbella, evidente por su salvajismo, existe una corrupción blanda, o de baja intensidad, no tan fácil de detectar y que incluso puede crearnos una duda razonable. Pero, ¿engañaba a alguien el GIL, al menos partir de cierta altura de la película?
Puede que el GIL engañara a alguien la primera vez que ganó unas elecciones. Puede que la segunda también. ¿Podía hacerlo a la tercera o a la cuarta? No deberíamos olvidar que el pueblo de Marbella recompensó el saqueo de las arcas municipales, cuando éste ya era más que conocido, con sucesivas y crecientes mayorías. ¿Eran estúpidos los ciudadanos o no querían ver lo que todo el mundo veía?
Más bien tendríamos que pensar mal y acordarnos del populismo con que el GIL mandó en Marbella (llamarle gobernar es demasiado). Si definimos ese populismo como el reparto de todo tipo de prebendas y de puestos de trabajo, nos entenderemos todos mucho mejor. Quienes se benefician indirectamente de la corrupción no son mucho mejores que los que la perpetran y reciben sus frutos directos. Tal vez no sean culpables, al menos no culpables absolutos, pero no son de ninguna manera inocentes. Toda actitud contraria a la democracia, o a la simple decencia humana, crece y se consolida por obra de los sinvergüenzas que están al frente, pero también gracias al apoyo de quienes se aprovechan de ello.
Sin embargo, ésto nos obliga a preguntarnos si existe un grado de corrupción que nos parezca tolerable, o si considereamos a la corrupción como algo que forma parte del sistema y que no se puede evitar. También en este terreno hay cosas por decir, pero ello será objeto de un próximo comentario.
2 comentaris:
Bon comentari.
Calafellenc exiliat al Vendrell
Esperem que les proximes eleccions, siguin més prudens a l'hora de votar per no tenir-ho despres de lamentar-ho en noticies com com les que ara veiem.
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